Mi primer impulso anoche fue levantarme a las dos de la madrugada de la cama para escribir. Ahora, ocho horas después, trato de emular lo sentido para ponerlo por escrito.
Por lo pronto rescato una nota rápida que escribir anoche, en la cama, nada más terminar de leer: «El libro de Russ me arde por dentro. Son las dos de la mañana y me debato por levantarme de la cama e ir a escribir.»
El caso es que ese libro me ha tocado. Me ha hecho pensar en cuántas veces nos silencian o nos ningunean. Me han venido incluso ejemplos: la infantilización por parte de cierto señor mayor hace unos años, el «ya se acabaron las flores en la escritura de las mujeres» en un recital. Cuántas veces parece que lo que escribe una chica, más si es joven, parece que es inútil, no sirve de nada o es menos valioso. La misoginia está ahí.
Y eso me ardía anoche. Todo eso junto con tantas palabras que todavía no he sido capaz de escribir, el papel me devuelve la mirada como un espejo. Me recordaba que todos esos intentos de ninguneo también existen aquí dentro, que lo que alguna vez me hayan dicho por intentar silenciarme se ha quedado como un poso maligno. Y ahí sigue, con tantas otras cosas de las que se alimenta mi síndrome del escritor.
¿No será este síndrome del impostor parte de nuestra socialización como escritoras? ¿No será parte de eso que reflexionaba Russ, de que nos toca demostrar que somos excepcionales para merecer estar ahí, que se nos tenga en cuenta? ¿No tocaría cambiar la forma de verlo y sentirlo, acaso?
Reapropiarnos del término, síndrome de la impostora.
Redefinirlo: el miedo paralizante a no ser suficiente, al silencio, a que lo escrito condene al olvido porque es «poca cosa», «no es literatura», «es literatura de mujeres».
Rebelarnos: será lo que tenga que ser, saldrá como tenga que salir, nos apoyaremos en las que estuvieron antes (aunque haya que buscarlas bajo las piedras para encontrarlas) y en las que están ahora, en nuestras compañeras. Ser amables entre nosotras.
Rebautizaré a este síndrome de la impostora que tengo con algún nombre que sea familiar a mis oídos, me dejaré empapar con cuantas lecturas encuentre por mi camino, realizaré menos autocrítica despiadada sobre mis letras. Me sentiré libre de hacer las cosas mal, regular, peor o mejor porque para avanzar también es necesario errar, pero sin machacarme por el camino. Seré más amable con el papel para poder escribir lo que llevo dentro. Solo así conseguiré no acabar con mi propia escritura.