"Qué vendrá, qué vendrá, describo mi camino sin pensar, sin pensar dónde acabará. Qué vendrá, qué vendrá, describo mi camino. Si me pierdes es que ya me he encontrado y sé que debo continuar." Qué vendrá - Zaz
Me obsesionan los silencios. La distancia. Las raíces. Los kilómetros buscando sin cesar. El transporte. Moverme con el cuaderno y la pluma y sentir lo marciano que es ahora todo esto mientras las mascarillas estén en el paisaje.
La distancia ha adquirido también otro significado, ahora incluye un matiz de espacio personal ampliado que no habíamos vivido. Viene con su miedo incorporado, con la desidia en algunos casos, con su toque de inconsciencia al bajar la mascarilla para hablar sin pensar en los de alrededor. Incluso con faltas de respeto en algún caso, aún a pesar de llevar un uniforme al que antes se aplaudía.
Me obsesionan estos cambios y saber captarlos. He movido el foco. Ahora intento ver más allá de lo que se cuece a diario, de las tensiones en el trabajo, del calor asfixiante bajo el EPI, del cambio continuo de protocolo, de las masas que se saltan las normas. Intento hacerlo para que no me coma la rabia y la ansiedad porque el dolor sigue ahí latente, puedo ver a través de él y es el foco que guía mis ojos por estos paisajes, antes desiertos, ahora de nuevo poblados.
Y a pesar de todo puedo considerarme afortunada en muchísimos sentidos. Eso no se me olvida.
La gran pregunta de la cuarentena, si seré capaz de captar todo esto en palabras, me sigue obsesionando. He escrito a trompicones, pero he escrito. Todavía no sé cuánto. Todavía no lo he pasado a limpio, salvando un solo poema en un momento clave, cuando empezó la cuarentena. El resto siguen durmiendo en cuadernos y notas del móvil y conforme avanzo dirección a mi centro de salud, o de vuelta, o en casa cuando ya se posa por dentro lo vivido, van saliendo las palabras como pueden. Por las costuras, rápido, a chorro. O despacio, un goteo casi inapreciable.
Me obsesionan todas esas notas a las que aún no me he enfrentado. La sinceridad que esconden. El dolor que sé que habrá en ellas. Todo lo que se habrá trenzado estos días entre mis viejas obsesiones antes de la cuarentena y las actuales. Como si hubiese pasado un siglo en estos dos últimos meses y me hubiese cambiado por completo el foco, hasta el color de la luz con la que mirar.
No diré «como si me hubiese cambiado la vida» porque eso nos ha pasado a todos. No sé si volveremos a un punto semejante al que dejamos a principios de marzo, pero no creo que pueda volver a ver el mundo igual. O a lo mejor sí, mucho más adelante. No lo sé. Por lo pronto, prioridades y obsesiones han cambiado y esta experiencia seguirá calando, al menos, una temporada más. A saber cuánto más.
Mientras dure, sigue habiendo una vieja obsesión que se cuela a diario por las rendijas. Sigo escuchando música. Sigo dejando que me envuelva. Me he reencontrado estos días atrás con Linkin Park y me he obsesionado con una de sus canciones, Given up, como si Chester estuviera gritando por mí lo que siento. Ha tenido que venir Zaz a poner «orden» y recordarme cómo escribo mi camino y aquello de que soy como soy.
Así que como punto de partida del nuevo cuaderno, donde seguiré captando estos días extraños y lo que nos queda por delante, he decidido tener presente por qué hago lo que hago gracias a la letra de una de las canciones de Zaz. Porque así es como quiero afrontar lo que nos queda por delante, mis nuevas obsesiones. Más positiva. Más segura de mí misma. Sin tanta rabia ni tanto dolor, prefiero canalizar todo eso en palabras, sacarlo de mi interior para seguir y poder pasar en un futuro, que ahora se antoja demasiado lejano (más viendo las inconsciencias a diario), de página.
Para poder vaciarme, poder seguir escribiendo, poder dejar hueco para poder obsesionarme con otros temas.