A lo largo de todo el mes de mayo he estado trabajando en una residencia, cubriendo unas vacaciones. La experiencia ha sido tan intensa y he aprendido tanto que tenía que venir a comentarla con vosotros.
Aviso: entrada plagada de aprendizaje enfermero, un toque literario y otro de humor, porque hay que tomarlo todo de la mejor manera posible.
Punto 1: La importancia de lo espiritual.
Puede que seáis creyentes, puede que no. Puede que ni siquiera hayáis prestado atención a este concepto (contemplado, por cierto, dentro de las necesidades de Henderson o en los patrones de Gordon), pero para muchas personas, sobre todo mayores, esto es importante. Tanto que algunos se enfadaban si llegaban tarde a la misa porque las compañeras auxiliares no daban abasto y tardaban en levantarles, porque me retrasara en ir a curarles, o si tenían que desayunar antes de ir y luego ya no les daba tiempo a llegar antes de que empezara. También he visto el alivio de quien toma la comunión en la cama porque no se puede levantar.
Así que, tras esto os digo: no subestiméis lo espiritual. Eso y también digo, como anécdota personal, que no había oído tantas misas seguidas desde… nunca, creo.
Punto 2: Una enfermera en residencia es como un bombero apagando incendios.
Cuando eres LA enfermera, en singular y sin otra más que te cubra en otros turnos o te eche un cable es cuando te das cuenta que de ahí a ser bombero te quedan pocos pasos. Te toca cubrir todos los frentes, estar pendiente de todos los tratamientos, atender a todas las peticiones que te hagan (y algunas personas, además, se guardan la educación en el fondo del mar para hacerlas), estar pendiente de cualquier síntoma nuevo de lo que sea que presenten y llegar a todo, a ser posible cuanto antes. En mi caso, además, con un contrato a tiempo parcial. Unas risas.
Eso sí, aprendes a organizarte para que te dé tiempo a todo lo posible y la importancia de una puerta cerrada a tiempo para que te dejen unos minutos de tranquilidad, sin interrupciones, y poder así revisar la medicación o hacer el papeleo que tienes pendiente. También aprendes a conseguir callar a todos para darle a cada uno el turno de palabra y que no hablen a la vez, así te enteras mejor de qué quieren decirte (algo difícil, porque a veces salen quejas de que haces caso a unos y a otros no).
Punto 3: Sobre incendios, también he aprendido a apagarlos (sin metáforas).
Hicieron un curso con simulacro de incendio y evacuación incluido. Creo que es el mejor en el que estado en mi vida, no solo por el curso en sí, que era muy interesante, sino porque también nos dejaron extintores para probar a sofocar llamas (controlado todo, por supuesto).
El tipo de cosas que debería aprender a hacer todo el mundo, por cierto.
Punto 4: El mundillo de las curas.
Sigo hablando de enfermería. Como estaba sola, era la única que curaba. En principio no había nada que fuese demasiado raro comparado con lo que he visto en plantas (medicina interna, por ejemplo)… Hasta que llegué a mi gran desafío estos días: una úlcera tumoral.
Creo que ha sido lo que más me ha costado porque allí no tenía a nadie a quien preguntarle las dudas y, además, he tenido que cambiar el tipo de cura que se venía haciendo porque empezaba a sangrar y se infectó más tarde. Tras investigar y pedir ayuda por Twitter os recomiendo, sobre todo y si tenéis curiosidad sobre el tema, que leáis esta presentación: Manejo de las úlceras cutáneas de origen tumoral.
Por cierto, por si a alguien le interesa el tema: acabé curando dicha úlcera en los últimos tiempos con una combinación de actisorb plus, urgosorb y un apósito mepilex tapando todo para que lo sujetase bien y absorbiese el exceso de exudado.
Si se os ocurre una forma de curar mejor estoy encantada de tomar nota de ella para mejorar de cara a futuras ocasiones.
Punto 5: Los pastilleros los carga el diablo.
Los pastilleros precargados, que traían de la farmacia listos para dispensar las pastillas es un arma de doble filo. Por un lado está bien en cuanto a tiempo y comodidad ya que te permite preparar la medicación de todos tus pacientes en un momento. Por otro lado no sabes qué estás poniéndole salvo que conozcas muy bien a la persona que atiendes. Y claro, si tienes que suspender un Adiro para ir a quirófano, por ejemplo, ya me contaréis. En mi caso tocó llamar a la farmacia para comprobar cuál de todas las pastillas redondas era y en qué casillero la había metido.
Por otro lado, estaban los pastilleros que preparaba una vez a la semana personalmente. Al menos con eso me garantizaba de saber qué tratamiento tomaba el paciente en cuestión según las horas, pero las cajas que usaban se abrían con relativa facilidad. Un día llegué a encontrarme una abierta y con las pastillas desparramadas por el carro de la medicación, por ejemplo.
Aún así, aunque conllevase más trabajo prepararlos, los prefiero a los otros por tener un mejor control de la medicación. Se pasa muy mal cuando te preguntan qué es cada pastilla y no puedes contestarles porque ni tú lo sabes.
Punto 6: Hacer el apaño con lo que tienes.
Eso se asume rápido: tienes lo que tienes entre manos, si acaso algún repuesto de algo en el almacén, pero nada más. No tienes acceso a un catálogo de todo tipo de apósitos, por ejemplo. La medicación del armario es la que toman de forma habitual y alguna cosa más puntual. Los sueros que tengas serán pocos. Etcétera.
Se puede conseguir hacer el trabajo así lo mejor posible, aunque eches de menos más material. Pero aún así se puede, palabra. Me ha servido, de paso, para refrescar conocimientos.
Punto 7: El noble arte de frustrarte por dentro mientras mantienes la sonrisa.
Hay gente que entiende lo que quiere de lo que le expliques. Y hay a quien le dices una cosa y se inventa veinte por el camino, se las cree y parlotea sobre ellas a todo el que se cruce por su camino.
En estos días he aprendido a sobrellevar mejor ese noble arte de frustrarte por dentro tras confirmar que con ciertas personas da igual cuántas veces expliques algo, que entenderán lo que quieran, y que tocará repetir de nuevo lo mismo, buscando incluso palabras más simples… para que sigan convencidos de lo erróneo. Y todo sin perder la sonrisa.
No todo va a ser bueno, elevado, bonito y bucólico.
Punto 8: Descubrir los límites de la paciencia.
Con el común de los mortales, en mis relaciones diarias, ya tenía muy claro cuáles eran mis límites de la paciencia. Ahora solo me faltaba ponerlos a prueba en un nuevo ámbito de trabajo.
He descubierto uno infranqueable que no sabía que existía y que tenía que compartir sí o sí: que cuestionen mi profesionalidad por algo banal. Límite que, encima, me lleva al lado oscuro de la ira si lo hacen, para más inri, delante de otros y sin un ápice de educación. Lo de que me echen en cara cosas que no son ciertas y me acusen de no ser profesional por ello lo llevo mal, sí.
Y aún así no hubo respuesta borde por mi parte, ni salida de tono. Solo contesté educadamente, cerré la puerta cuando se fue, respiré hondo, resoplé un poco para calmarme y seguí con mi trabajo. O me estoy volviendo «blandita» o mi lado profesional tira a veces más que mi carácter. Eso todavía no lo he conseguido averiguar.
Punto 9: Nuevo usos de la libretilla hospitalaria.
Como ya comenté en una entrada antigua por aquí yo soy de pensar en papel. Y si a la hora de lo literario funciono así qué decir de cuando me ha tocado tener tantas cosas en mente sin conocer a mis pacientes previamente. Me lo he apuntado todo, por días: desde las visitas al médico pendientes, medicación por renovar, analíticas que hacer, constantes, visitas a urgencias, consultas que tengan en breves (y si toca pedir ambulancia, por ejemplo) o cualquier cosa que me comentaran y necesitara recordar más tarde.
También me ha tocado apuntarme la consulta del médico entera, una tras otra, porque luego me preguntaban cosas que se decían ahí de tratamientos o de lo que fuese y era incapaz de acordarme a quién le había dicho qué (la importancia de conocer a tus pacientes en un sitio como una residencia es vital, ya se ve).
Otro uso más para la libretilla: apuntar las horas que he hecho cada día para poder ajustar todas a final de mes. Al final, más que un cuaderno de bolsillo pequeñito, llevaba una memoria portátil de papel.
Por cierto, y como nota al margen: no os recomiendo para nada y bajo ningún concepto las libretillas de Tiger de «bambú» con una goma elástica. La mía ha tardado nada en que se saliese dicha goma y se me ha descuadernado en seguida. El papel no es malo, pero que se destroce tan rápido ha hecho que pierda muchos puntos para mí, por barata que sea.
Punto 10: A sacar partido literario al tiempo, más que antes.
Muy relacionado con el tema cuadernos tengo que venir a comentar el empujón literario que ha supuesto este trabajo.
Como ya comenté en otra ocasión, me había propuesto replantearme el objetivo anual de escritura. Hasta ahí bien, pero seguía teniendo días que no conseguía escribir ni media coma y he pasado una temporada aún que me costaba avanzar mis proyectos.
Estos días he tenido que madrugar muchísimo y, claro, a esas horas el trayecto en transporte público pesaba mucho, por lo que acababa tirando de cuaderno y pluma. Gracias a eso he conseguido retomar el gusto por la escritura diaria de forma más natural y he logrado encadenar, incluso, treinta y tres días seguidos de escritura, además de subir el marcador de palabras. Y lo más importante para mí, más allá de todos los números que pudiera decir: supuso el empujón definitivo para acabar el primer borrador de Lettere.
Ya solo con todo lo que ha supuesto para mi escritura me doy por más que satisfecha con la experiencia del cambio de hora. Al final van a tener razón esos estudios que dicen que madrugar hace que escribas más (y eso que siempre he sido más nocturna que otra cosa, sigo prefiriendo las noches con mis auriculares, etc.).
Y esos, en resumen, son los puntos más importantes con todo lo que he aprendido este mes en la residencia. Me moría de ganas de escribir esta entrada y espero que os haya parecido interesante.
Isi! No conocía aún tu página web y me ha dejado impresionada lo profesional que te ha quedado, te felicito por este gran trabajo.
También decirte que me he reído un poco con este post, creo que muchos de los puntos podría utilizarlos para hablar de mi profesión como maestra, aunque nuestro mundo es bastante más alocado, cuando trabajas con niños/as nunca sabes lo que puede suceder (literalmente hablando). Pero vaya, me he sentido muy identificada con eso de descubrir los límites de la paciencia, hacer el apaño con lo que tienes, el noble arte de frustrarte por dentro mientras mantienes la sonrisa (sobre todo cuando estás haciendo una intervención específica con un niño o niña en concreto y ves a la madre/padre/abuelos/familia cuando vienen a recogerlo y se cargan todo tu trabajo en dos frases estereotipadas que van en contra de todo lo que tú intentas trasmitirle al pobre niño/a y te vas despidiendo de tu esfuerzo mientras sonríes con cara de asesina) etc…
Un abrazo enorme bonita.
@Albanie Casswell, gracias por el comentario. Me alegro de que te guste la web.
Mi idea, al escribir este post, era también darle a todo un toque de humor, así que si te has reído (y veo que hay cosas que compartimos), objetivo conseguido. El límite de la paciencia creo que nos lo ponen a prueba cada poco , parece condición indispensable. Ánimo, pues, con el trabajo y con el fin de curso. Un abrazo enorme.