«(…)Pero, para la mujer, pensé mirando los estantes vacíos, estas dificultades eran infinitamente más terribles. Para empezar, tener una habitación propia, ya no digamos una habitación tranquila y a prueba de sonido, era algo impensable aún a principios del siglo diecinueve, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles.»
«(…)Una mujer que escribía tenía que hacerlo en la sala de estar común. Y, como lamentó con tanta vehemencia Miss Nightingale, «las mujeres nunca disponían de media hora que pudieran llamar suya.» Siempre las interrumpían.»
Virginia Woolf en Una habitación propia.
Una habitación o espacio propios
Desde que me mudé por primera vez me tocó compartir espacio en el salón de casa, estudiar y escribir en la mesa del comedor con lo que eso implica de moverse de un lado a otro continuamente, las distracciones (a pesar de usar ambos auriculares) y tener todo por medio si venía alguna visita. Es por eso que cada vez echaba más y más de menos el hecho de tener ese espacio, habitación o no, ese rincón propio del que habla Virginia Woolf en su ensayo más famoso.
No todo se reduce a una opción, compartir sitio físico con otra persona o no. No me molesta estar junto a señor marido, pasar horas con él y escribir a su lado. O leer, estudiar o hacer cualquier cosa en realidad. No me molesta su presencia, de hecho me siento a gusto a su lado. Que se me entienda claramente: no es una cuestión de estar en la misma habitación, es más bien ese «algo» de lo que hablaba Virginia, la independencia, el tener un sitio donde poder estar creando (o estudiando, también me vale) sin interrupciones, que no sea un sitio de paso ni el lugar donde haces vida de normal.
Tres años después nos hemos mudado. Sigo compartiendo espacio vital con él, seguimos estando ambos en la sala de estar de casa, donde hacemos vida porque, como dije, no es una cuestión de problemas de convivencia. Pero he salido ganando: por fin tengo ese rincón independiente que, aunque esté en la misma sala de estar con él (y esto pudiera parecer, dicho lo dicho, que no cambia nada), está relativamente aislado. Por fin tengo un sitio que puedo llamar mío, que puedo llenar de papeles y apuntes que quitar de en medio cuando estime conveniente (y no cada vez que iba a comer, como antes).
Cómo echaba de menos este sitio, de verdad. Va más allá de una simple superficie lisa donde escribir y de una silla con la que sentarse cerca, es también la separación del resto, que eso siempre ayuda mucho a conseguir esa sensación de intimidad. Y eso que dicha separación físicamente, en mi caso, es la parte trasera del sofá, que es lo que delimita los espacios. Echaba de menos no tener interrupciones, no ser itinerante dentro de casa. Y por fin lo he conseguido. Bendito sea nuestro Refugio 10101 por ello.
Nuevos objetivos para septiembre
Ahora que tengo esto, además, puedo planificarme algo mejor (y eso que mis horarios cambian más de lo que quisiera). La academia vuelve a meter caña y septiembre viene cargado de cosas por hacer, así que va siendo hora de que retome la rutina. Cambiaré, de paso, el lateral de la web para incluir mis objetivos para este mes de septiembre:
- Retomar el reto 250 (no abandonarlo más). Al menos puedo decir que, por poquito que escriba a diario, parece que desde el día uno me lo he tomado en serio.
- Terminar la revisión de cuadernos. Me quedan por delante tres cuadernos, así que creo que esto me lo quitaré de en medio pronto. Están saliendo cosas interesantes de ahí.
- Nueva corrección y revisión de Lettere. Como buen proceso lento, voy despacio. Tras la primera corrección se ha pasado el texto reposando casi dos meses. A ver si así consigo ver fallos que haya podido pasar por alto.
Poema rescatado
Por cierto, en mi última revisión de cuadernos encontré este poema de 2014 que os rescato:
«Me he empapado de letras tan ajenas
que por hoy me he saciado por completo.
He acabado dejándome los ojos
pegados a esta pantalla que ahora
me contempla con gesto resignado.
Nos cansamos, sí, de tanto buscarnos
y no reflejarnos ─ni poder verlo─
en todas las líneas ya leídas.
La pantalla se silencia de negro
mientras quedo esperando que algo ocurra,
ese algo, parpadeo que ilumine.
Pero acabo volviendo a mi cuaderno,
a esas páginas donde soy yo siempre,
a mis trazos desiguales de pluma,
a las manchas de tinta distintas,
a la mezcla de todas las ideas,
al refugio de sus hojas: hogar.»
Echo de menos ese espacio propio. Creo que todas necesitamos tener ese refugio donde estar tranquilas y sin interrupciones. A mí me ha pasado un poco como a ti. Tenemos ahora los ordenadores en la sala de estar y, aunque tengo mi escritorio, la privacidad no es la misma, más que nada por las visitas y esas cosas. Es muy difícil estudiar o escribir cuando tienes a un lado y detrás a dos personas jugando, por ejemplo. Y no es una cuestión de convivencia, como bien dices. Yo adoro a mi nene y me encanta estar con él, pero hay ocasiones en las que es necesaria esa tranquilidad y privacidad y se hace patente la necesidad de un espacio propio. Yo voy a intentar despejar una de las habitaciones que tenemos de sobra para hacerme mi rinconcito. En un futuro, además, pensamos poner en él un par de sillones para estar allí los dos tranquilos, escribiendo o haciendo cada uno sus cosas, pero que sea un lugar acogedor y lleno de tranquilidad, un sitio en el que se pueda crear.
Es eso que dices. No es convivencia, es necesidad de aislarte de lo que el otro esté haciendo en ese momento para concentrarte mejor. O dedicar todo el espacio a tu alcance para llenarlo de papeles porque estás enfrascada en algo y lo necesitas. O es pasarte la tarde leyendo tranquila, sin más, a tu rollo mientras él está con sus amigos, por ejemplo. Cositas pequeñas pero que te sacan de tu burbuja. Más acusado aún si quieres hacer algo medianamente creativo.
Te animo a que consigas ese espacio propio. Notarás en seguida la diferencia, te lo garantizo.
Un besazo, nos leemos.