¿Qué significar «cargar las pilas»? ¿Qué puedo hacer para conseguirlo y dar lo mejor de mí este 2018? En mi caso, todo esto.
Cargarse las pilas
Cargarse las pilas pueden ser todas las acepciones del diccionario que en ese momento precisemos.
La que indica que precisas un paseo a la orilla del mar que te acompaña toda la vida pero en la costa más lejana, la que sientes más tuya, por aquello de que el paisaje sana, por sentirte envuelta en él. Porque necesitas volver a esa sinuosa línea de horizonte mientras la brisa golpea el rostro. Y ver algún gato por el camino.
La que te pide té a gritos, mucho té, más del que has bebido en la última temporada, pero del que está bien hecho. No en un vaso de plástico calentado en el microondas, de prisa y corriendo. Con calma, con piezas únicas en forma de taza y tetera que cuentan su historia, tuya y de los cientos antes que tú que bebieron de ellas. De sabores que te inunden y te administren una calma que ya no sientes y la buscas. Sí, a pesar de la teína o gracias a ella.
Las reuniones con amigos a los que hace tanto tiempo que no ves, echas de menos y con los que te pones al día. Las charlas frikis a más no poder, ese momento de poner en orden el mundo que te rodea y que el tiempo vuele todos juntos comiendo y bebiendo lo que surja.
Redescubrir lo ya descubierto ante los ojos de quien te acompaña y no conoce lo mismo que tú. Hacer de guía mientras callejeas, entrar a todos los sitios posibles porque «ya que está abierto, pues mira, echamos un ojo». Ver belenes impresionantes por la cantidad de detalles que tienen, restos de la ciudad y pequeños tesoros ocultos a quien no sepa de su existencia.
Aprovechar que estamos varios fuera, todos lejos de casa, y montar una suerte de «reunión de exiliados» en la que disfrutar de un tiempo juntos al sol, desayunando en una terraza y poniendo en común puntos de cada esquina de la geografía. Acabar, días después, manteniendo otra de esas reuniones, pero esta vez con la mitad de la conversación en francés y la otra en castellano y que sea lo más natural del universo y lo más divertido a la vez.
Despedir el año, horas antes de lo previsto, en una nueva terraza porque nunca son suficientes. Conocer ahí la muerte por chocolate de forma física y gozarlo como está mandado. Si hay una forma mejor de despedir el año antes de las cenas, copas y uvas de rigor yo no la conozco.
Por supuesto, también es que cuando las despedidas golpeen pases horas en tus librerías favoritas de antaño y en una de ellas acabes comprando un regalo de Reyes (y enamorándote de toda ella, me la llevaría para envolver entera porque es lo más precioso que existe) y que en la otra acabe haciendo foto de un resto de muralla medieval y comprando dos libros de mi autora favorita junto con Jane Austen, Svetlana Alexiévich. Libros que no tardarán en ser leídos, el primero ya lo comencé en el tren de vuelta.
También puede ser seguir siendo paje de los Reyes Magos y comprar pequeños detalles que sabes que van a gustar, hacer encargos y ver las cabalgatas, la del barrio (tradición más antigua que yo, mi Navidad más clásica) y la del centro en ese intercambio de conversaciones mezcladas en francés y español.
Hacer los deberes para afrontar este año mejor implica reservar un rato diario para plantearte qué quieres hacer y cómo lo quieres conseguir, titubear por el camino, rellenar las correspondientes fichas (y dejar una en blanco porque no sabes bien por qué lado tirar, ah, la duda eterna) y olvidarte, por unos días, de las obligaciones para disfrutar porque también te lo mereces.
Es despedir el año escribiendo cuatro ratos justos (porque tampoco te queda mucho más que decir de ese 2017 que ha pasado con tantos trompicones por ti), deshacerte de los cuadernos que llevabas dentro del Traveler’s Notebook que sabían al año anterior y sabías que no ibas a usar en este que estrenamos y poner los nuevos, tanto el de literatura que marcará la pauta de tus días como todos los que usarás para apuntar esas mil ideas que te rondan. Ninguna asentada, ninguna fuerte ni poderosa. Todas mezcladas.
He vuelto a enganchar el cuaderno de escritura, mi fiel compañero allá donde vaya, al Traveler’s Notebook (que por tamaño excesivo siempre dudaba) y ahora ha venido conmigo a todas partes, ha acompañado cada instante, ha salido más del bolso que antes y ha significado, incluso, alguna tarde de escritura junto a esos tés en esos lugares especiales.
Han sido días de tiempo de calidad con mi gente, con mi familia y mis amigos, con visitas a sitios (incluyendo Rute y su belén de chocolate), con celebraciones, con momentos de compartir felicidad y charlas, que nos hacían falta a todos.
Cargarse las pilas, en mi caso, tiene una acepción clara estas navidades: volver a mi tierra. Ahora, gracias a ello, retomo las responsabilidades con mayor ánimo, calma y positividad.
Y rememorarlo todo y sonreír, sonreír al pasado de tinta fresca al saber que volveremos a recargarlas así encore une fois, et encore, et encore…
Et encore, et encore… Merci beaucoup pour tout. Tengo muchísimas ganas de que este verano por fin nos veamos con más calma, no corriendo entre los cuatro días que pasamos allí. Ojalá. Mientras tanto, seguiremos charlando (y seguiremos escribiendo, por supuesto).
J’aimerais tant te lire cette année…