Quizás no todos los días sean propicios para la escritura. O sea yo la que aún no sabe planificarse para sacar tiempo y escribir un rato. O el cuaderno sea el que me observa abierto, esperando que escriba en él mientra no sale ni una coma.
He reiniciado varias veces la misma línea una y otra vez mientras diversas imágenes se deslizan por mi mente y yo me dedico a perseguirlas. Los diversos reinicios responden a diversos borradores en el móvil que, por algún motivo que aún no tengo claro, solo salen ahí y no llegan al papel. Algo me frena. Algo me hace pensar que nunca es suficiente, que no sirven, que son tonterías mías.
Tonterías que, de todas formas, acaban por escrito. Porque esta semana he vuelto a reafirmarme: si no escribo las palabras se me enquistan y me dañan por dentro.
Tonterías que, además, se transforman. Se convierten en compañeras de viaje, en acompañantes continuos que precisan atención. Ahora se frenan, ahora se quedan, ahora aparecen entre líneas, ahora se escriben hasta fuera de ellas. Se silencian a ratos, con las noticias recibidas, pero vuelven a mí, para que no las olvide. Se quedan conmigo. Y tan tonterías no son entonces, tan poco importantes ya no parecen.
Envío a mi impostor todo lo lejos que puedo entonces, aunque me tiente tenerlo cerca por si acaso. No es momento de escuchar lo negativo, es momento de ponerlo por escrito y dejarme llevar, sencillamente eso. Luego ya se verá. Por lo pronto, aunque parezca que no surge nada, las notas del móvil indican justo lo contrario. Por algo será.
PD: Creo que del EIR es mejor que hable con calma la semana que viene, en esta aún no he ordenado las ideas como para teclear nada.