Cuando el tiempo es limitado, el día se pasa con otras cosas en la cabeza y toca escribir un poco a salto de mata, aquí y ahora, utilizar los experimentos de escritura pueden ayudar bastante.
La autocrítica en el día a día
El peso de la autocrítica golpea en la espalda. Es mucho más fuerte de lo que hubiese supuesto antes de recibir sus golpes. La autocrítica acude armada de buenas razones (o eso dice que ven sus ojos, o de eso se disfraza) y mientras atiza sin piedad se suceden las preguntas. Los cómos y los por qués. Los podría haber hecho y los debería haber escrito.
Cada texto es hijo de su tiempo. Es deudor de cada momento. Lo que nació hace cuatro años no puede salir igual que lo que surja ahora. Lo que escriba en un futuro será por unas circunstancias y unas vivencias concretas, además de la suma de todo lo vivido hasta la fecha. Y de todo lo leído, por supuesto.
Aún así, el peso de la autocrítica va por rachas y en algunos de ellos se ceba. Propone ideas que en otro momento sé que no tendría cabida ni respuesta, un simple parpadeo y a seguir a otra cosa. Pero cuando encuentra la guardia baja es cuando todo se desata. A veces se magnifica lo malo hasta tapar cualquier logro, por mínimo que sea. Y duele encontrarse en ese punto.
Pero también creo en el trabajo. En seguir peleando a pesar de lo negativo. Creo en la palabra que crece cuando se riega. Creo en la escritura por encima de todo. Por eso sigo escribiendo. Porque sé que hoy puedo hacerlo mejor que ayer y me servirá para construir la mejoría que seré capaz de plasmar mañana.
Es el camino que conozco. Es por lo que me esfuerzo.
Los experimentos de escritura frente a la autocrítica
Lanzarme a la página en blanco de cabeza, ese es mi lema diario. Hacerlo a veces cuesta, especialmente en esos momentos duros de autocrítica. Es por eso por lo que de un tiempo a esta parte hago experimentos de escritura en el cuaderno.
Escojo un libro de poemas (en estos momentos trabajo con Fuego la sed, de María Sánchez), escojo cada día unos versos que me resuenen en ese momento y los utilizo de encabezado, bajo la fecha. Ese será mi disparador creativo del día. A partir de ahí, que salga el texto que sea.
Muchas veces lo que escribo no tiene demasiado que ver con el contenido de los versos. Pero no me importa, lo que me importa es arrancar, es tener un punto de partida. Mandar a la autocrítica lo más lejos que pueda en ese momento para sacar de mí algo diferente, algo que seguro que no hubiese escrito de otra manera. Bordear un poquito mi zona de confort para intentar abordarla desde otro punto de vista y así ampliar miras.
Por qué he escogido este libro. Por qué este ejercicio literario. Por qué sé que lo continuaré a lo largo del tiempo con sus diversos altibajos. Por qué sé que este libro siempre lo recordaré como el primero, el detonante, el inicio que sirve de punto de partida para el resto.
Mil por qués. Mil respuestas. Mil lecturas. Mil intentos de acallar esa autocrítica como sea.
Y es por eso por lo que seguiré probando, al igual que sigo caminando. Porque mi camino surge de estos derroteros. El cuaderno no deja de demostrármelo.
Y solo hoy soy capaz de ver, en este tipo de experimento, la influencia que tuvo en su día el taller que hice con Berta García Faet en todo esto. Innegable.