Todos los jueves que puedo intento no perderme la reunión semanal organizada en Clubhouse por María Fornet junto a Nerea Riesco, titulada «Mujeres que escriben». En estas reuniones se suele hablar sobre escritura, libros y procesos creativos, con un tema diferente cada semana.
El pasado jueves fue una reunión muy interesante. Hablábamos sobre qué nos llevó a empezar a escribir, qué nos hizo «clic» para comenzar. Se comentó también la existencia del ojo creativo que nos lleva a buscar más allá y su ejercicio. La conversación acabó derivando en lo terapéutico de la escritura y cómo la pandemia nos hizo crear. Surgió, también, la conversación de qué buscábamos consumir con respecto al ocio se refiere en esos momentos de inicio de la pandemia.
Mi mente, en esos momentos de la charla, se puso a buscar qué era lo que había leído en ese tiempo para compartirlo también. Solo pude llegar a la aterradora conclusión de que en mi mente, rebuscando, solo había un hueco en blanco. No recordaba nada.
Absolutamente nada.
Recordaba, eso sí, esos días, por supuesto. En el trabajo, en las calles, en el transporte. Recordaba lo que iba fotografiando, buscando quizás captar todo para que no se me perdiese nada y poder encontrarme, tan lejana que me sentía. Recordaba las sensaciones y las veces que corría a apuntar algo donde fuese para poder comprender mejor qué estaba pasando. Recordaba, también, haber iniciado el estudio del EIR, los aplausos, la vida en el balcón, ese tipo de cosas cotidianas. Incluso el inicio del vicio al Animal Crossing, algo más tarde.
Detalles, sí, pero no recordaba absolutamente nada que hubiese leído esos días. En blanco por completo.
El caso es que luego, revisando mis listas de lecturas de 2020, vi que había leído bastante y que, además, había compartido muchas de estas lecturas en Instagram. Desde fanfics que enganchan como el Marauder! Crack, lecturas más dolorosas y profundas como Voces de Chernóbil, pasando por libros que me marcaron (Cómo acabar con la escritura de las mujeres, con entrada por aquí comentándolo incluida), poesía o novelas románticas. Ocho fueron, en total, los libros leídos desde que empezó el estado de alarma hasta el uno de junio.
Supongo que parte del hecho de haber pasado aquello es recordar lo que más marcó y olvidar el resto. No lo sé. Pero me da que pensar en ese período en blanco en mi mente, en cómo he necesitado rebuscar en todo lo que registro para comprenderlo. Excavar en mis propios cuadernos.
Un año después, seguimos aquí. Con algo más de esperanza por las vacunas que, con el repunte nuevo de casos se va diluyendo. Se mezcla con hartazgo y agotamiento. Somos material quemado, prestos a la combustión espontánea, y nuestra mente recuerda lo justo de entonces. No puede más.
Nuestra mente se ha convertido en algo en lo que excavar si se quiere encontrar algo, para poder extraer lo agradable. Una herida mal cicatrizada que no para de abrirse e infectarse. Nunca se ha llegado a curar, realmente.