Luces y sombras entre el lenguaje poético y el lenguaje del cuidado.
Nunca me siento tan viva ni tan plena como cuando escribo. Más cuando antes de irme a trabajar, por cuarto día, a oscuras, aún no ha amanecido y yo apuro un café mientras compilo en Scrivener lo que he conseguido escribir hasta la fecha del nuevo libro. La casa, la ciudad, todo está en silencio. Siento que se me han quedado las costumbres del NaNo, de cuando antes de irme al hospital me sentaba frente al portátil para tratar de sacar un mínimo de palabras diario. Ahora ya no voy buscando palabras, solo busco darle forma al libro.
El libro, el nuevo libro. Lo que crece, lo que tengo, lo que me obsesiona. Se me mezcla todo con las preguntas que me hago a estas horas, cuando el cansancio acumulado y las ganas de darle forma a algo abstracto que se asentó hace tiempo se hacen presentes a la vez. Aprovecho estos huecos para que el libro se expanda por mi escritorio y tome las riendas de mi tiempo, que haga con él lo que quiera y se muestre en todo su esplendor.
Sé lo que me espera. Sé cómo serán de duras las próximas horas. Me siento especialmente bien escribiendo en estos momentos, tan temprano, porque, más adelante, no seré capaz de nada más creativo, desconectaré este lado mío y activaré el lenguaje de las manos, el lenguaje del cuidado.
Ah, el lenguaje del cuidado. El lenguaje que va más allá de las técnicas y de administrar medicación, el lenguaje que permite conocer y saber más allá, acompañar. Una mirada, una frase, una composición del momento y lugar para saber en qué punto nos situamos y a cuál llegaremos, en conjunto.
Y ambos lenguajes, el de la poesía que se va formando entre los dedos y el del cuidado fluyendo, son inherentes a mí.
Nunca me siento tan viva ni tan plena como cuando escribo, aunque sea mentalmente, aunque sea a posteriori y jamás lo transmita al papel. Aunque me encuentre agotada, tanto que apenas si me llega la concentración a mantenerme despierta. Pero es en esos momentos de conexión, de lenguaje, de cansancio a oscuras por quinto día casi consecutivo, café en mano, haciéndome preguntas cuando verifico que el libro nuevo existe.
También, que él me espera. Lo certifico un poco más tarde con la luz pálida que emana de la ventana cuando llego. Lo supe el día anterior, la última vez que nos vimos a los ojos. Lo supe cuando recibí el relevo.
«Aquí estoy. Sé que me estaba esperando.»
Y luego, ya por fin, se fue.
*Informes post-guardias es una sección donde recortes de pensamientos sanitarios, no sanitarios y personales se entrecruzan, fáciles de leer y digerir.