La semana pasada, después de un final de agosto tremendo en cuanto a turnos, pude por fin terminar la segunda vuelta de estudio para la OPE de enfermería.
Día uno: cuadrarlo todo
Mi pelea, desde ese momento en que cierro el libro de la academia y me siento realizada por haber conseguido lo planificado aunque sea con una semana de retraso, es cuadrar lo que me queda con los turnos, los horarios de la academia y con todo.
Los repasos ya van más al grano, a afianzar lo aprendido y fijar los detalles de lo más importante. Reservo también tiempo para los simulacros y sus correcciones, intento sacarle el máximo partido a cada pregunta que fallo y por qué lo hago.
He comprobado, gracias a eso, que si escribo a primera hora, aunque sea mi mínimo diario habitual de veinte minutos, mi cerebro ya se siente agradecido y realizado, «tacha» una tarea y puedo pasar mejor a la siguiente.
Ahora mismo mis sesiones de escritura no están siendo más que de contenedor de ideas, de volcar reflexiones y me ayudan, como mucho, a sacar las entradas de la semana. Nada más. El grueso de mi esfuerzo mental me lo reservo para la OPE. En cualquier lado puedo leer un esquema de todos los que tengo hechos. Un puñado de preguntas se puede hacer en cualquier circunstancia e irlas analizando una a una para ver los avances en el estudio.
Y con todo esto en mente cojo mi calendario tamaño folio, el habitual. Observo los turnos que tengo, contemplo las clases de la academia y a partir de ahí, en los huecos, emplazo todo. Lo reviso y lo vuelvo a revisar para cerciorarme de que todo está cuadrado. Y a partir de ahí, a funcionar.
Día dos: inicio del repaso intensivo
He decidido empezar por los temas fáciles. Emplear un tiempo prudencial en todos ellos, revisarlos y saber que ya no volveré más a ellos.
Sé que el resto de temas no los estoy dejando atrás. Con la cosa de seguir con los simulacros y con las correcciones quieras que no estoy repasando todo en realidad. Es solo que sé que estos temas son menos preguntados. O se me dan mejor. O son más cortos. O todo a la vez. Entonces puedo permitirme ahora, que estoy por ejemplo saliente, pasar la mañana con uno de ellos.
Los siguientes ya serán temas de mediana dificultad. Y, por último, ya más cerca del examen, los más difíciles para llegar con ellos fresca al examen.
Desde luego que la intención es buena.
Y así inicio el repaso, pensando en que no he hecho mal al partirme el temario así. En que si puedo continuar este ritmo, podré terminar la tercera vuelta de forma holgada de cara al examen. Que he metido tantos tests como he podido a esa planificación, va a ser una locura de preguntas.
El repaso, así, también se hace más ameno y ligero.
Día tres: cuando los turnos apalizan
Hay días que es inevitable fallar. Los contemplo ya de antemano y sé que son días que no se estudia. Como mucho, y si me da la vida, por la noche repasaría alguna pregunta de algún simulacro anterior.
Pero hay turnos que te pasan por encima como un mercancías. Y después de esos turnos lo único que te piden el cuerpo y la mente es descansar. No hacer nada más. Desconectar y recuperarte. Obviamente, es lo que hago. Aún queda demasiado tiempo para el examen como para ahora, justo ahora que me toca darlo todo, machacarme hasta la extenuación y no poder seguir estudiando. Mejor un día en blanco y descansar después del turno, ya mañana será otro día.
Día cuatro: la resaca del saliente
Lo único bueno que tienen mis salientes es que he dormido. No son salientes de noche, pero son salientes de dos días seguidos de doce horas, que con la marcha que llevamos últimamente son de esos días de turno de no parar ni casi para comer.
Así que, bueno, son salientes de haber dormido, aunque también son salientes de cansancio acumulado. A primera hora de la mañana me dedico a hacer cosas por mí, por sentirme bien conmigo misma, para recargarme. Me doy el mejor desayuno que puedo, con mimo, y me dedico a escribir y reconectarme conmigo misma sin las presiones del «tengo solo veinte minutos y luego me voy a trabajar». Con sesiones de escritura así puedo fluir de otra manera y me ayuda también a despejar la mente de pensamientos intrusivos sobre los días anteriores (problemas varios que surgieron, circunstancias en las que estamos trabajando ahora, etc.).
Ya a partir de ahí me siento lo suficientemente bien como para afrontar la sesión de estudio del día. Puedo consultar el horario, ver lo que me toca y dedicarle la atención que merece mientras saboreo una taza del té que en ese momento esté probando (uno de mis últimos vicios es este té bombón naranja, delicioso con leche).
Día cinco en adelante: combinarlo todo y continuar el ritmo
A partir de aquí la mecánica es similar a las vueltas anteriores: dedicar tiempo de calidad, esforzarme en centrarme en lo que estoy haciendo, descansar siempre que el cuerpo me lo pida y volver a los apuntes y a los simulacros con fuerzas renovadas para dedicarles ese tiempo de calidad.
Sé que me queda aún un buen empujón. De aquí al examen quedan, exactamente, sesenta y nueve días, algo más de dos meses. Es bastante tiempo para hacer lo que pretendo y el suficiente como para quemarme si no tengo la precaución de darme tiempo también para mí. No ceso de recordármelo en las páginas del cuaderno que escribo cada mañana. Estoy sacrificando lo mejor de mí para dárselo a esta oposición. Estoy posponiendo proyectos de escritura para más adelante. Y lo hago con la firme convicción de que todo esto será para bien, para conseguir mi meta, mi plaza.
Sueño, mientras tanto y por darme fuerzas, con la reedición de Catenarias. Con la corrección de Silencio. Con la sesión de escritura de horas que me daré el veintiocho de noviembre, a falta del NaNo de este año propiamente dicho. Entre eso y visualizarme con mi plaza, sobre todo cuando tengo un turno especialmente duro, consigo llenarme de fuerzas y energía como para seguir peleando por esta oposición.
Lo conseguiré. Estoy segura de ello.
Ánimo y mucha fuerza 🙂
Muchas gracias 🙂