¿Recordáis mi última entrada en la web? En ella, además de anunciaros mi próxima publicación (id a ver la portada, que es preciosa), hablé también del hecho de participar en el NaNoWriMo este año.
Lo tenía muy claro desde antes del verano: este año me iba a dar un homenaje en forma de escritura para recuperar fuerzas, desconectar del hecho de estar hasta arriba de estudiar, etc. Entre unas cosas y otras no llegué a planificar nada y, al final, lo que hice fue apuntarme a lo loco, sin tener absolutamente nada de lo que tirar. Y hasta el último momento no sabia qué iba a hacer a lo largo del reto.
¿Qué estoy escribiendo en el NaNo?
Al final tiré por lo más sencillo, hacer un NaNoRebel. No tenía novela planificada ni nada de nada en realidad, solo dudas por todas partes. Lo más fácil, lo único que se me ocurría y me hacía tener ganas de sentarme a escribir a diario era ordenar la mente improvisando sobre el teclado. Y os lo tengo que decir ya: qué alivio, qué gran idea tuve, qué maravilla. No solo me está permitiendo llegar a mis metas diarias con la calma y la tranquilidad de saber que están siendo productivas, también me está sirviendo para darme cuenta de muchas cosas que tenía interiorizadas y de otras de las que no me había dado cuenta hasta ahora.
Una de esas cosas que no había pensado nunca hasta que me ha saltado a la cara haciendo conteos de palabras y revisiones de proyectos es mi barrera invisible de las diez mil palabras. Es una barrera que existe, que hasta ahora no me había fijado en ella y que es tan definitiva que no sé todavía cómo no había sido consciente de ella.
La barrera de las diez mil palabras
Cuando tengo un proyecto entre manos puedo dedicarme a planificarlo con más o menos detalle, pero la verdad es que no suelo dedicarle más allá de lo justo y necesario para mí: un guión, algunos apuntes sobre capítulos y cosas importantes que es preciso tener en cuenta, etc. No voy más allá porque me conozco y si lo tengo todo atado en corto al final pierdo motivación y no escribo, pero al menos una ligera idea del inicio, del fin y de lo que quiero que pase por medio más o menos sí que consigo tener como base antes de lanzarme a la escritura.
Lo que tiene ser más brújula que mapa, señores.
Luego viene el momento creativo en sí, la escritura, que puede ser más o menos diaria. El NaNo, en este caso, me ha ayudado mucho con algunos proyectos y gracias a él he podido ver que existe un patrón evidente.
Al principio puede costarme más o menos desarrollar el proyecto entre manos, puedo tenerlo más o menos claro, pero cuando llegue al punto de las diez mil palabras es cuando el camino pasa a estar completamente despejado ante mis ojos. Es como si llegase a una bifurcación y tuviese segura la dirección que tomar a partir de ese momento.
Hacia un lado está el camino de la creatividad desmedida. El proyecto esta sano, crece bien y todavía me quedan motivación y ganas, sé que me llevará a alguna parte. Merece la pena continuarlo porque sé que voy a acabarlo en algún momento. Es más, tengo normalmente tanta motivación y ganas por acabarlo que lo continúo hasta el final, sin fijarme en otros proyectos. Son, por ejemplo, esos NaNos de cincuenta mil palabras que he hecho hasta la fecha y que tantas alegrías me han dado.
Por otro lado, está el camino del abandono, es decir, el proyecto no da más de sí, no consigo verle futuro más allá de ese puñado de palabras y he perdido el interés por él porque no me dice ya nada más. Es el momento en el que lo dejo y ya no vuelvo a él porque sé que todo lo que tenía que decir o escribir ya esta escrito, no hay mucho más que añadir. Y sí, son esos NaNos de diez mil palabras que he ido haciendo hasta la fecha.
De poesía no cuento nada porque eso va por otros derroteros, pero la verdad es que el NaNo y sus contadores de palabras me ha hecho darme cuenta de cómo escribo en cuanto a prosa se refiere y esas barreras psicológicas que no lo son tanto.
Las diez mil este año
Este año, por ejemplo, sé que seguiré escribiendo más allá de las diez mil porque todavía me queda trabajo que analizar e ideas que transcribir. De hecho, para cuando estoy escribiendo esto las diez mil las he alcanzado ya y es el cuarto día, hacia tiempo que no me veía tan motivada como para machacar contadores de palabras a la velocidad a la que lo estoy haciendo.
Vendrán tiempos duros, días en los que apenas pueda avanzar. Pero hoy he aprendido varias cosas con esto que estoy escribiendo y que os tenía que traer por aquí sí o sí: que el NaNo es algo que me funciona a más niveles que un simple tecleo mecánico de palabras; que la barrera de las diez mil es algo real para mí, mi límite de viabilidad de un proyecto; y que tengo todavía cuerda para rato porque este año tengo muchas dudas y muchas cosas en las que pensar todavía.
Va a ser algo muy productivo completar las cincuenta mil palabras este 2018.