En un trazado extraño me encontré
midiendo palabras al viento,
susurrando
por si alguien me escuchaba
en un margen tan estrecho
que hasta el aire faltaba.
En ondas,
como las olas del mar,
buscando en la corriente
un faro al que seguir,
un refugio en el que apoyarme,
un trayecto conocido
algo,
lo que fuese,
que no me hiciese sentir
huérfana malherida
abandonada a su suerte
en los confines de los márgenes
donde ni siquiera
la luz del sol
llega para arroparme.
(31 de mayo de 2021)
¿De dónde salen los poemas? ¿De dónde nacen? Solo sé que a veces aparece una imagen. A veces el detonante es tan sutil como una palabra. Una sola palabra que empuja al resto a salir. Que consigue que se materialicen el resto, detrás de la primera. Y no tienen por qué contar el momento vital ni tienen por qué estar basados en el día a día. A veces lo que empuja es la curiosidad, el querer experimentar, el querer trasvasar esa imagen, esa palabra, eso ajeno a ti a un papel que no siempre es amable ni acogedor. Un papel que día a día te ve sentarte frente a él porque toca sacar una sesión diaria, porque toca plasmar en palabras lo que te está rondando. Porque las lecturas se acumulan y de algún modo deben salir. Porque experimentar es bueno y aproximarse a la palabra sintiéndola como si fuese propia es solo una forma de hacerlo.
¿De dónde viene el poema? Solo se me ocurre una respuesta: de la curiosidad. Del que querer decir, del querer saber, del querer tocar y hacerlo en lo sutil. O en lo cercano. O alejarse, hacerlo lejano, para alcanzarlo. Del pliegue y la grieta. Del juego. De lo diferente. De lo bello. De cualquier parte, en realidad. Incluso de lo que no existe. Lo bonito es imaginarlo, pensar en la imagen, visualizar la palabra. Y luego plasmarlo.
He aquí el experimento: aproximarse al poema en pasado. Hacerlo presente. Que el futuro se encargue de crearlo. Con otros mimbres, con diferentes modos. Incluso exagerarlo, cambiarlo, darse cuenta de que no se sabe bien de dónde ha surgido ni por qué ha nacido. Pero eso da igual: el poema existe. De dónde viene no importa. Hacia dónde irá, tampoco. Lo que importa es que ahí está, negro sobre blanco. Existe y por más que las palabras parezcan contenerlo, no es una imagen estática: va mutando conforme se lee.
Cómo no enamorarse de semejante margen.