«Que el poema sea narración y atesorar por escrito lo intangible. Que el poema sea palabra carcasa que de eje entrever el interior, selva poblada. Que el poema sea la condensación de algo que todavía no es o que aún no ha sido, de lo imaginado y lo posible, de la probabilidad y lo certero. Que el poema sea fruto y fuente, camino transitado, el polvoriento y el inexplorado, todas las posibilidades, el enigma, un sendero hacia la noche, el misterio y el llanto, un atajo directo a el mundo en la palma de la mano, en un puñado de versos.»
11 de febrero de 2025
Que el poema sea testimonio de tantas capas. Que a la hora de su escritura no sea un mero apuntar, que traiga su propia carga. Cada día que me siento frente al cuaderno y trato de alumbrar un poema me recuerdo estas palabras, este objetivo. Quizás demasiado ambicioso, pero qué tipo de escritora sería a estas alturas si no aspirara a algo más que un puñado de palabras diario.
Que a pesar del cansancio y los días en los que no, por lo que sea, afrontar la escritura con algo en mente. Hacer de la rutina (y a estas alturas está más que justificado llamarla así) algo con método y perspectiva, con revisiones, con intentos fallidos que acercan a los que al final verán la luz.
Si tuviera que poner palabras a una meta en 2026 sería esa.
Rescatar esta última nota del año, quizás la última de una sección que sentía que me estaba limitando (menos notas en el móvil, menos a rescatar), quizás sea un recordatorio a modo de luz en mitad de la niebla. Cuando todo se complica y ni siquiera las palabras fluyen, se atascan, sobreviven algunas a duras penas, traer el recordatorio de qué es un poema, qué quiero transmitir con el poema. Cómo quiero escribir este próximo año para no perderme por las ramas.
Solo por eso merece la pena rescatar esta última nota del año. Quizás una de las más intensas que he escrito en mucho tiempo.
