En febrero de 2011, en una época de mi vida bastante complicada, descubrí la existencia de un reto literario: el NaNoWriMo.
El primer NaNoWriMo
Comencé por lo más básico, leyendo todo lo que encontré al respecto por aquel entonces, tanto los blogs en español que explicaban de qué iba esto (no eran tantos como se pudiese pensar, el reto no era tan conocido como lo es ahora, ha ido creciendo con el paso del tiempo), como la propia web en inglés y sus foros. Lo que leí me interesó y gustó, quise probarlo, no perdía nada por intentarlo.
Ese mismo año, en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre arranqué mi primer maratón de escritura frenética, mi primer NaNo.
No, no salió bien. Escribí muy poco, unas diez mil palabras de un intento de historia de fantasía que jamás ha pasado de ahí. De hecho tampoco había escrito nada más largo hasta entonces. Pero en lugar de desanimarme quedé encantada con la experiencia. Me había permitido arrancar a escribir algo que se salía de mi zona de confort y ya solo por eso había merecido la pena.
Los NaNoWriMos sucesivos
El siguiente año, 2012, también participé y tampoco tuve mucho éxito. Aún escribí menos palabras con otro intento de historia diferente y aún lo dejé antes. Al menos me sirvió para darme cuenta que tampoco me iba a llevar a ninguna parte lo que estaba haciendo y que tenía que tener un mínimo de planificación para saber qué escribir y por dónde seguir.
En 2013 me decidí a hacer mi primer NaNoRebel, es decir, escribir algo diferente a una novela. En mi caso ese año estaba dedicándome a escribir a diario, sin más, así que simplemente continué el reto que llevaba haciendo desde enero sin fallar ni un día. Fue un año en el que al no cerrarme puertas escribí de todo lo que me apeteció en esos momentos (relatos, entradas del blog, notas para futuros proyectos, reflexiones…) y fue mi primer año en celebrar que gané el reto, llegué a las cincuenta mil palabras.
En 2014 hice lo que pude, entre el EIR y la poesía y prosa poética, y me quedé a medias del reto.
En 2015, hartísima del EIR y de todo lo que había pasado en años anteriores, me dije a mí misma que iba a escribir sobre ese examen y todo lo que conlleva estudiarlo. Me hice incluso un guion al respecto y fue un año en el que escribí muchísimo, en el que hice días de maratón de escritura brutales y en el que celebré de nuevo llegar a la meta de las cincuenta mil, dos años después de la primera vez.
En 2016 sabía que sería imposible escribir. Aún así me apunté, le llamé al proyecto simplemente «Crónica de un NaNoRebel» y no llegué ni a cinco mil palabras. Cero arrepentimiento. Al menos me ahorré la incertidumbre de qué pasaría si no hubiese participado. Participé, fracasé en el intento, supe a lo que iba y lo hice porque quería al menos probarlo un poco.
2017 fue un año complicado, entre trabajo, mudanza y nuestra boda. Aún así tenía muy claro qué quería escribir e incluso aproveché los ratos muertos que nos dejaba el crucero de la luna de miel para planificarme. Había aprendido con la experiencia de otros años tratando de escribir historias y esta vez no quería repetir errores. No salió como esperaba, escribí poco para mi gusto, pero sé que de lo que hice ahí el día que sea capaz podré meterle mano, reescribirlo y crear la verdadera historia que late ahí debajo. Creé, al menos, la estructura.
En 2018 empecé una racha bastante buena de escritura. Me volví a marcar otro NaNoRebel del que he podido extraer muchísimo material para otros proyectos y con el que conseguí teclear de nuevo la meta de las cincuenta mil palabras.
Si 2018 fue bueno, 2019 fue aún mejor: el NaNo en el que más he escrito hasta la fecha, cincuenta y siete mil palabras en total. La única pena que tengo respecto a este proyecto, muy interesante por lo que recuerdo, es que en un formateo de mi ordenador se perdió para siempre. He tratado de buscar a ver si tenía copia de seguridad, pero sin suerte. Otra lección aprendida.
A pesar de todo lo malo de 2020, no me quejo en cuanto a escritura: tercer NaNo consecutivo que llego a cincuenta mil palabras, un proyecto de escritura en el que me volqué muchísimo y con el que he crecido aún más. Tan importante ha sido que incluso llegué a publicar gracias a la escritura de esos días.
El presente, una década después
Con toda esta experiencia, sé de sobra ya cuando un NaNo va a ser un fracaso absoluto porque las circunstancias no acompañan (véase el de 2016, por ejemplo) y aún así decido intentarlo. También me ha permitido aprender muchísimo sobre mi proceso de escritura: que necesito al menos planificar un mínimo para no perderme, que existe para mí la barrera psicológica de las diez mil palabras o con qué tipo de textos me siento cómoda escribiendo.
En perspectiva, también me permite ver cuánto he sido capaz de conseguir. De todos estos años participando en el reto, de 2011 a 2020, he llegado a la meta la mitad de las veces. He crecido con esos procesos, tanto los que finalizo como los que no, y con todos ellos he aprendido algo diferente. He visto, proceso a proceso, cómo han ido madurando las ideas, creciendo conmigo y con mi escritura. Me he ido viendo cada vez más desenvuelta con mi escritura, con más seguridad, disfrutando cada vez más del proceso.
Y en ese punto llego a este 2021.
Va a ser un año imposible, casi. Sé que el estudio de las oposiciones y los turnos me van a complicar el hecho de la escritura diaria. Preveo algún que otro día en blanco, aunque trataré de evitarlo, pero si el cansancio llama a la puerta no me quedará más remedio que hacerle caso. Pero parto de todo ese bagaje, de todo lo vivido en una década de NaNoWriMo. Y con todo eso detrás sé que aunque no va a ser el NaNo que yo quisiera hacer para celebrar estos once años de reto, sí que va a ser un NaNo en el que mi meta va a ser solo una pequeña rutina diaria. Nada más.
Este año voy a escribir lo justo y necesario para ordenar la cabeza con mis proyectos. Ya os contaré qué tal va el proceso.