Si hay algo que me gusta de los artículos de Isaac Belmar es que no se va por las ramas. A veces pone palabras a sensaciones que me atraviesan y hasta ese momento no me había sentado a reflexionar sobre ellas. Este post sobre el síndrome del impostor es un perfecto ejemplo de ello.
Cuando llegó este momento del mes de abril y tocó hacer balance y planificación de lo próximo a escribir (incluyo aquí no solo mis proyectos, también mi blog) tenía un run run en la cabeza continuo, como un zumbido, cuya fuente no sabía identificar. Todo era «sí, ahora me pongo y lo miro» o «sí, en cuanto tenga un hueco me siento y lo estudio y planifico», pero ese momento nunca llegaba. No lo conseguía sacar. O cuando he tenido ese hueco lo he empleado en otras cosas (un libro, terminar la revisión del NaNo que llevaba aplazando eternamente, reordenar el despacho…). Y así el run run ha ido creciendo.
No ha sido hasta que he leído ese artículo, en pleno domingo de escritura, que he podido articular y poner nombre al run run. Se ha vuelto más accesible acercarme a él y pedirle que pare, que ahora no es el momento.
Ahora es el momento de las pequeñas metas y los pequeños logros, porque son a lo que puedo aspirar dadas las circunstancias. Y me alegro de que una de esas pequeñas metas sea haber terminado de enfrentarme a esa corrección que he ido arrastrando tanto tiempo, porque gracias a ello he podido tomarle la temperatura por fin a lo escrito y saber por dónde quiero ir.
Mi siguiente pequeña gran meta está relacionada. Con lo trabajado en el texto ya sé hacia dónde tirar más o menos así que toca ir construyendo la siguiente capa de la cebolla. A saber cuánto me llevará, pero me da igual: no tengo prisa. Solo quiero ir disfrutando por el camino y sintiendo que lo que hago merece realmente la pena, que me llena.
Al final de eso también va la escritura, ¿no?