Hay lecturas que llegan cuando tienen que llegar. Momentos en que se hace la luz leyendo algunas líneas, algún nombre, algún detalle que hace que todo conecte y todo tenga sentido.
Se suceden, entonces, las notas en el cuaderno, apresuradas ellas, buscando esos posibles significados que no quedan a la vista. Quedan pendientes de la memoria, de lo evocado mientras anoto, de lo que se guarda dentro: las sensaciones, los sentimientos, la luz que atesoro de todas las formas que se me ocurren. En todos los intentos que hago de contención, de puesta a punto en forma de palabras que pudieran transmitir una sensación vaga que aparece como una chispa en textos ajenos aquí estoy, frente a un papel que ni juzga ni examina, solo me sirve de recipiente donde verterme, donde hacerme líquida y traspasar. Mancha de tinta, mancha con forma de aroma de una flor que permanece viva, palpitante, latiendo cada vez más viva. Mancha de tinta que sabe a raíces que van avanzando hacia el centro de la tierra, hacia mi epicentro, buscándome, buscando ir más allá de lo que yo misma ahora, en este momento, soy consciente.
Por cada momento de euforia, de eureka, de encontrar sentido, se suceden veinte de silencios absolutos, de oscuridad, de noche que llega sin avisar y se niega a abandonarme. Pero qué sería de mí sin este torrente de palabras brotando cuando menos me lo espero, qué sería de mí sin estas sesiones de escritura en las que me exprimo una y otra vez hasta que consigo sacar algo decente, algo que pudiera ser un comienzo, un medio, un final, todo y nada a la vez. Qué sería de mí sin ese pedacito rectangular de cordura antes de los turnos, de la vida diaria, en los que ordenar la mente para poder seguir creando y creciendo.
Gracias a esas páginas es donde soy consciente de ese crecimiento, de ese libro que todavía es tierno, pequeño. Apenas un esbozo, una intención, una ilusión. Pero se empieza a perfilar como algo cada vez más real y tangible. Empiezo a encontrar más sentido a todo esto.
Quizás estos sean los diarios de escritura más etéreos y poco claros, pero es algo que no me preocupa. Captar ese crecimiento lento, esa pequeña pero segura progresión de algo que todavía no está escrito y pertenece al mundo de la planificación es algo complicado. Y que luego, releyendo estos diarios, cuando todo está terminado, es cuando para mí cobran sentido. Entiendo mejor el proceso, lo siento visto como desde fuera.
La poesía no es algo que crezca de cualquier manera. Cualquier proyecto relacionado con ella no lo puedo transmitir de forma lineal, como si fuese una novela. Ojalá, pero este proceso pertenece a la tierra de los quizás, las dudas y las reescrituras. No puedo ser más precisa. Tampoco quiero, no cuando todavía me faltan por definir tantas cosas de lo que quiero plasmar, cuando todavía me falta tanto, pero tanto por escribir antes de poder tener siquiera algo a lo que llamar borrador.
Esto es el inicio, pero al menos veo claro que poco a poco el libro está creciendo.
Me alegro mucho de tu inicio.
Es lo más difícil empezar, luego poco a poco la semilla va creciendo y se le añaden o quitan cosas.
Lo difícil que es arrancar, sí. Cuesta muchísimo. A ver si a partir de aquí todo va rodado, espero que sí.