A veces no necesito mucho más para empezar.
En mi cabeza suena, por ejemplo, Painkiller. Y la dejo de fondo hasta que llega un punto en que tengo que volver atrás, ponerla desde el principio, hacer una escucha consciente y percatarme de sus detalles. El bajo, el ritmo de la batería, las voces, la guitarra.
Algo así me pasa con la escritura.
Me toca hacer una escucha consciente de mí misma. Utilizo la música como trampolín para hacerlo, como llevo haciendo desde hace muchísimos años. Pero a veces solo necesito algo que me entre por los ojos y me llame, que me haga palpitar. Una imagen que necesite capturar, un instante fugaz.
La inmensa mayoría de las veces no es la imagen o el instante, es todo eso y el ritmo que lleve de fondo. O la canción que más me machaque mi cerebro en ese momento.
Gracias a esto las sesiones de escritura han ido volando, han ido creciendo. He podido completar un NaNo más y he continuado después con el proyecto. He podido escribir tanto como me ha apetecido. Han ido saliendo la palabras que he ido guardando durante meses. Gracias a esos momentos de analizar el ritmo de una canción he podido abstraerme de otros problemas más cercanos, del día a día, y me he podido concentrar en la escritura.
Si Nostalgia tuviese un hilo musical se parecería mucho a mi lista de favoritos de Spotify. Porque ha sido la música que me ha ido dando fuerza durante meses, camino al trabajo, y solo así podía escribir lo que he escrito. Desde la rabia. Desde la tristeza. Desde la nostalgia. ¿Cómo canalizar, si no, todo esto?