El inicio. La pausa. La parada. El tropiezo. El reinicio.
Entiendo este silencio y de dónde vino. Fue lo que hizo que el reposo se manifestara en todo su esplendor, solo que no existió. No fue real. Fue construido de márgenes y de búsqueda. De lecturas sedientas, queriendo saber, más llegar más allá, de reconocimiento y desconocimiento. De vuelta a empezar.
Entiendo que teclear según qué entradas crípticas por aquí pueden significar poco, pero llevar un diario extraño de escritura es lo que luego hace que, con la revisión, entienda mejor el proceso. Porque cuando me reviso, cuando me releo, es cuando mejor me entiendo. Con la perspectiva del tiempo y del espacio alejado. Porque la escritura es algo orgánico en mí, algo con sentido, no un mero vómito. Porque por una vez siento que lo que hago es importante, tiene sentido aunque al principio no se lo encuentre.
Me he vuelto a enfrentar al pasado y me he comprendido al releerme: el equilibrio en mitad del caos. La mano que cuida y cura es la misma mano que escribe. Y eso siempre se nota.
A partir de ahí seguir, continuar, se hace un mero trámite.
Del tropezón, del bache, salgo con la luz de quien conoce de pronto el camino, la ruta a seguir y lo único que tiene que hacer es seguir por esa senda hasta donde los pies le lleven. Casi nada cuando lo que aspiro es a condensar en palabras lo intangible. Cuando, parar variar en mí, mi mente está a siete mil cosas distintas, a otros asuntos más urgentes, y el estudio se convierte en el nubarrón más continuo del horizonte, hasta el punto de cuestionarme si estas letras no serán algo pasajero.
Pero, ah, del bache he sacado en claro lo mismo que cuando me he revisado: cuando el libro va creciendo, se va expandiendo y va ocupando su espacio natural, hasta el punto de que tengo más páginas del cuaderno ocupadas en esto que en otro tipo de escritura o ideas, es cuando debo ser sincera conmigo misma. Es cuando debería admitir la derrota del fracaso y asumir la victoria del proyecto. Va a seguir creciendo haga lo que haga. Se va a seguir abriendo paso a través de mí, me cueste lo que me cueste. Y si las sesiones de estudio se tornan duras, si los días de trabajo me empujan a días de silencio en la pluma en los descansos volveré con fuerzas renombradas y podré llamar a esto, con todo mi atrevimiento, manuscrito.
Porque existe. Es palpable. Lo he compilado ya dos veces para revisarlo. Y es tan cierto como que estás leyendo esto que ese manuscrito va tomando forma.