Hace ya bastante tiempo, a raíz de un post de Gabriella Literaria que habré compartido por aquí mil veces, me tomo las respuestas editoriales con la filosofía de quien colecciona rechazos.
No es que haya recibido ninguno nuevo esta semana, es que pensando en las últimas no-respuestas me apetecía pensar un poco sobre mi escritura.
Silencio editorial y silencio administrativo son una respuesta
De siempre se ha dicho que el silencio administrativo se considera una respuesta, mal que pese. En caso del silencio editorial, pasado un tiempo prudencial (yo calculo unos seis meses desde la fecha de envío), sigue siendo una respuesta también. Y al igual que en el caso administrativo, da rabia no recibir una respuesta tangente, una negativa clara y contundente, un saber que no toca esperar más «por si acaso».
¿Que podrían cambiar las cosas y enviar aunque sea una respuesta tipo, un copia y pega genérico para notificar esa negativa? Eso sería lo ideal. Acortar la agonía, poner fin a una espera que no lleva a ninguna parte. Pero la realidad es la que es y conforme pasan las semanas desde los envíos se agotan las esperanzas y toca ir pensando cuál será el siguiente paso.
Coleccionando rechazos
Desde que leí esa entrada de Gabriella, desde que cambié la perspectiva y decidí tomármelo como una colección de rechazos lo veo de otra forma. Claro que siguen doliendo, por supuesto, ver que te das una y otra vez contra una puerta cerrada no es plato de buen gusto para nadie, pero la forma de afrontarlo es diferente.
En lugar de regodearme en lo malo (aunque malos días tenemos todos y hay rechazos que duelen más que otros) intento aprovechar esas oportunidad como una forma de avanzar. Intento entender, viendo lo escrito, qué ha podido fallar. Vuelvo a estudiar la obra e intento darle, si puedo y considero que lo necesita, una nueva revisión a ver si es lo que necesitaba. A veces ni siquiera es algo que sea capaz de ver o modificar, soy consciente de ello, sencillamente es que no ha gustado y punto, pero intento siempre ir más allá por ver si es que tiene algún fallo que se pudiera enmendar de cara a futuros envíos.
No es fácil. No se puede estar eternamente corrigiendo lo mismo, pero cuando veo que recibo varias negativas seguidas llega el momento de sentarse delante del manuscrito una vez más y ver si es que las piezas que encajé en su momento no han encajado como debieran. El tiempo, a veces, ilumina más el camino y da más perspectiva como para ver cosas que se pudieran haber pasado incluso a pesar de haber estado revisando una y otra vez lo mismo.
El fin de los plazos y las no respuestas
De la primera tanda de envíos editoriales que hice en su día con Silencio en breves se cumplirán seis meses. Tiempo suficiente para haber recibido unas cuantas respuestas negativas y para saber que esos silencios que flotan en el ambiente tienen toda la pinta de convertirse en negativas también. Hay un par de respuestas que espero y que tardarán más, ya sea por fecha de envío ya sea por plazos de concurso, pero el resto lo veo claro.
Así que tocará en breves volver al manuscrito de nuevo, hacer un paréntesis de lectura y corrección y ver qué se puede mejorar en lo escrito. Si es que consigo pulir algo, de cara a hacer una segunda ronda de envíos intentando que la calidad de lo escrito mejore.
Lo único que tengo claro de lo escrito es que estoy orgullosa de que cada mañana de escritura en el cuaderno, cada tarde frente al portátil, cada momento arañado a otras cosas es un instante más en el que trato de hacerlo siempre mejor que el día anterior. El crecimiento será lento, pero no me doy por vencida. Y con los envíos editoriales, tampoco.