Viernes, 29 de julio de 2022.
Se acaban los días en casa de mis padres.
Me volveré a Valencia sabiendo que han sido días de desconexión, a pesar del estudio y todas las noticias recibidas estos días (la fecha de examen, los listados definitivos de admitidos, los más de 24000 que haremos el examen ese día…). He leído bastante, más de lo que había leído estos meses atrás. He comprado libros, me he acabado unos pocos y he escrito, manteniendo el conteo diario de palabras.
He planificado y he vuelto a planificar, desde las entradas de este, mi Plan de cuidados literario, de aquí a final de año, pasando por el estudio (lo que me queda de segunda vuelta, afinarlo, y añadir la tercera vuelta de repaso final) o la escritura (objetivos semanales, qué hacer cada día, etc., borrando de mi horizonte el NaNo).
Me volveré igual de blanca que me fui, porque morena jamás me pongo, pero con más horas de paseos inspiradores encima. Más horas de tiempo de calidad con los míos, con el cuerpo más descansado, con la mente más aliviada.
Atesoro todo eso porque, aunque haga más escapadas en un futuro próximo, van a ser unos cuatro meses hasta el examen muy densos. Esos detalles serán la calma cuando más estresada me encuentre y más cansada me vea.
Vuelvo a casa, a mi casa, a mi Refugio 10101. Se acabaron mis vacaciones y de lo único que me lamento es de ver la maleta abierta, a medio hacer, y que no esté su hociquito curioso olfateando todo, él mismo intentando entrar en la maleta, o todas esas horas que he pasado estudiando y él no ha estado encima de mí o bajo mi mesa durmiendo la siesta.
Es lo único que me ha faltado estos días.