El Día de la poesía de este año (el pasado 21 de marzo) estuvo empañado por las vivencias de estos días. Y me parece más necesario que nunca celebrarlo mientras dure esta situación de cuarentena. A pesar de todo.
Cuarentena
Las pesadillas
pobladas de mascarillas.
El gel en las manos
una y otra vez
una y otra vez
una y otra vez
junto al lavado,
hasta el sangrado.
La sensación
de ser un náufrago
en la orilla
de una isla desierta
recibiendo las olas de un tsunami
una y otra vez
una y otra vez
una y otra vez
hasta que nos arrastre
al fondo del océano.
Será entonces
cuando ya no soñemos
con mascarillas empañadas
por nuestra propia respiración.
Será entonces
cuando se deshaga
el nudo del pecho
y lo reemplace el ahogo,
cuando no quede nadie
vestido de blanco
para frenar las olas
una y otra vez
una y otra vez
una y otra vez.
Y será entonces
cuando esto acabe
bajo el estruendo de un aplauso.
Madrugar. Desayunar a solas. Prepararme para el día que me espera. Salir a a la calle en plena cuarentena. Ir en el autobús prácticamente a solas. No toques nada, no te toques la cara, precaución con todo. Mascarilla durante las próximas horas, ropa de batalla y lista para una jornada más en el centro de salud. Lavado tras lavado, guante tras guante, más lavados. La piel de las manos despellejándose, el picor de la dermatitis. El triaje en puerta, evitando que entren los casos no urgentes. Las discusiones frecuentes con muchos de los que se acercan. Esa analítica puede esperar. Su médico no va a verle, ya le llamará. Aquí tiene su receta o su parte de baja. No, su médico no va a verle, vuelva a casa, ya le llamará. El triaje en consulta de casos sospechosos. Sólo una bata desechable, no impermeable, guantes y mascarilla. La semana pasada celebraste que llegara con el pedido de almacén las mascarillas de hoy, la anterior celebraste el gel hidroalcohólico que llevas guardado desde entonces en la mochila de avisos. Más lavados de manos por medio, más gel, más piel que se descama. Cuando no toca triaje, toca sacar sangre, las curas, el seguimiento de crónicos por teléfono, los domicilios. Esos domicilios a los que vas con el miedo de llevar a ese paciente vulnerable el riesgo de contagio. Luego toca volver a casa, volver en bus, no toques nada, llega pronto. No toques nada cuando llegues, lávate entera, que la ropa no toque nada antes de irse a la lavadora. Come al menos con tranquilidad con tu marido, que eso puedes hacerlo todavía. Descansa un rato, una siesta o lo que te apetezca. Y si después de la tensión de todo el día te apetece hacer algo, hazlo. Evádete lo que puedas hasta las ocho, que salgas al balcón al aplauso que todavía te sigue emocionando. Cena, no te acuestes demasiado tarde y cruza los dedos, a ver si esa noche puedes por fin dormir del tirón y sin pesadillas. Vuelta a empezar al día siguiente.
Menos mal que siempre me quedará la escritura como salvadora.