Se ve que estoy en una etapa más reflexiva. Es lo que me suele pasar cuando más cambios se producen, miro hacia atrás y analizo para buscarme y entenderme mejor.
Y es que este 2022 ha empezado duro.
Cómo ha cambiado mi escritura y mi relación con ella con los años. Es algo en lo que últimamente pienso bastante, le doy muchas vueltas. En la madeja de cosas que hago ahora y que me definen como escritora hay varias que saco en claro:
1.
En lo peor saco siempre la pluma. Quizás no sea algo tan consciente y orientado, quizás tenga otros elementos y lecturas. Pero la pluma gana. Acaba apareciendo en algún momento. Acaba siendo mi forma de pensar, de sentirme, de enfrentarme. E incluso, en lo peor, la hoja en blanco recupera su sentido y termina siendo donde me vuelco, donde me contengo de la forma que sea y precise en ese instante.
2.
Desde que empezara a rellenar cuadernos no he dejado de hacerlo. Y dudo muchísimo que lo haga algún día. Porque es más que rellenar unas páginas, mucho más. No es solo el lugar donde anoto ideas del tipo que sea. Es donde cojo esas ideas, las presiono, las llevo a extremos, pruebo sus posibilidades, ensayo hasta dónde podrían llegar, les hago preguntas y me las hago yo misma. Es donde escribir se gesta en su mayor intensidad. Y los días en los que solo queda despejar la cabeza para poder seguir adelante y funcionar mínimamente también me sirve para eso en concreto. Para hacer bocetos rápidos y textos que jamás irán a ninguna parte, pero necesitan salir y, de paso, ayudan a que otros crezcan. Para ser consciente de mis ritmos, mis pausas y mi crecimiento. Y todo eso en papel, siempre encima, entre bolso y bolso.
3.
La evolución se palpa. Cada cierto tiempo me reviso. Me gusta hacerlo porque veo así cómo he llegado al momento presente, con lo que eso significa cuando una escribe. Descubro también obsesiones que me persiguen con los años y ahí están, de una forma u otra, marcando mi escritura. Por eso al menos una vez al año, en noviembre, echo la vista atrás y releo mis notas. Hice recientemente lo mismo con este blog, lo sigo haciendo, y está siendo un ejercicio curioso. Siento que cada vez tengo menos que ver con esa Isa que subía entradas allá por 2016 y, sin embargo, gracias a ese trabajo diario (y al previo, en blogs anteriores) he llegado a donde estoy ahora escribiendo mis procesos actuales, a la forma presente. No soy la misma, pero la reconozco y entiendo. He aprendido, he madurado.
4.
En los momentos de mayor agobio, organización. Siempre he sido así, el EIR me enseñó mucho sobre esto. Hace nada lo volvía poner en práctica, de cara a organizarme el estudio de la OPE, marcarme mis metas. Se vienen grandes cambios en mi vida. Esta baja de seis semanas me ha traído grandes golpes, algo de perspectiva y la sanación en palabras. No solo he estudiado y acabado un curso sobre trasplantes hematopoyéticos que empecé hace unos meses, también he escrito (algo que pronto veréis en vuestras manos) y he corregido poesía. Poquita, ha habido buena poda, pero ahí está. No por marcarme metas de estudio voy a dejar de escribir, simplemente lo haré a otro ritmo. En papel, sin distracciones, cuando se pueda, lo que salga. Ya llegará noviembre para poner orden a lo que vaya escribiendo.
5.
Si algo he aprendido, por encima de todo lo anterior, a lo largo de los años escribiendo es a seguir los consejos del modelo de Callista Roy: adáptate. Adáptate al cambio continuo, a que la escritura forme parte del día a día, a sacar un hueco. A pasar los días que necesites sanar sin escribir para luego volver a ello. A crecer y tratar siempre, en todo momento, de que lo que escribas sea lo mejor que hayas hecho hasta la fecha.
Y si notas que has pasado de página respecto a una etapa anterior, adelante. A ver qué te depara la siguiente.