Hace unos tres meses más o menos, en junio, escribía en mi cuaderno sobre una conversación que tuve con Clementina acerca de compartir los procesos creativos. Todo surgía mientras ella estaba compartiendo el suyo mientras yo retomaba la escritura, como quien dice.
Y es que, como ella bien apuntaba, todo el proceso que fue en su día Catenarias, los problemas que tuve con su publicación hasta que recuperé los derechos me afectaron. Los tuve de fondo mucho tiempo como algo que no terminaba de avanzar, un capítulo que no acababa de cerrar y, claro, esto me impedía avanzar. Todo eso hacía que no escribiera tanto como antes, entre otros motivos. Era una creencia limitante.
Sobre las creencias limitantes
¿Cuándo nacen las creencias limitantes? ¿De dónde surgen? Muchas veces parecen que han estado ahí siempre, que nada más es la voz propia avisando de algo que ya se veía venir. Viven en lo más profundo de una misma. Parecen mensajes lógicos en apariencia, ya que se nutren de lo que se lleva dentro. ¿Y cómo no hacer caso a una línea de pensamiento que aconseja precaución, calma, pausa?
Lo malo no es la parálisis, siempre que venga acompañada de análisis. Lo malo es cuando a partir de esta precaución no se va más allá y la situación se convierte en algo enquistado. Porque lo peor que tienen las creencias limitantes es que se alimentan del miedo y van creciendo, ocupando cada vez más espacio, hasta hacerse dueñas y señoras de la mente. No parece que quede otra salida más que seguir la ruta que va marcando esa creencia que anula al resto.
Romper el pensamiento limitante
Y qué difíciles son de ver o de detectar a veces estas creencias limitantes. A veces es, incluso, la intervención de otra persona la que nos permite detectar que algo no va bien, que hay un patrón que, inmerso en el círculo de pensamientos que no dejan ver más allá, ha sido imposible de percibir hasta ese instante.
Qué momento de iluminación, entonces. Especialmente cuando procesas estas palabras ajenas y certificas que, efectivamente, la creencia limitante ha estado en tu vida más tiempo del que quisieras admitir, dañando todo a su paso. Que no había sido capaz de ponerle nombre o señalarla hasta ese momento y ahora, solo ahora, podía ver el rastro que había ido dejando a su paso.
No había sido un pensamiento destructivo en sí, por cierto. Solo había sido el peso de una mala experiencia y la incertidumbre de no saber cuándo iba a poder retomar el control de nuevo sobre mi obra. Hablar con Clementina me ayudó a poder visualizar que ese hecho me estaba lastrando y limitando tanto como para no ser capaz de escribir nada nuevo por más que quisiera y me apeteciera en esos momentos. No conseguía centrarme en ningún proyecto.
Me ayudó a ponerle perspectiva y poder analizar fríamente qué estaba pasando.
El análisis tras la parálisis
Darme cuenta, gracias a esta conversación, hizo que también viese el daño que me estaba haciendo el no dejar soltar el tema y empezar a pensar en el futuro. Porque no iba a ser el único libro que escribiría en mi vida (de hecho, no lo es, ya he terminado otras obras antes) y tampoco quería que me condicionase tanto la vida el hecho de esperar una respuesta que no sabía cuándo iba a recibirla. Podría tardar a lo mejor años en recuperar los derechos de mi libro. ¡Años! ¿Y yo iba a estar años sin escribir, sabiendo como sé cómo me afecta psicológicamente eso?
Así que, tras el correspondiente análisis en el cuaderno, pude verlo bien. Pude entenderlo. Había estado pasando un duelo por el tema de libro y no había sido capaz de verbalizarlo. Tampoco me sentía en esos momentos capaz de escribir porque me veía tan en tierra de nadie como estaba mi otro libro. Aunque no pensara en él continuamente, su sombra ahí estaba, me acordaba sin acordarme.
Y entonces tuvimos todos los afectados suerte y pudimos recuperar nuestros derechos. El peso que llevaba encima se disipó en un instante y fue sustituido por un alivio inmenso.
Contra las creencias limitantes
Detrás del reto de escritura con Gabriella, detrás de Silencio, detrás de lo que escribo ahora hay algo más que mi mero empeño en escribir. Hay un puñado de ganas de hacerlo cada día mejor, hay mucho de ese alivio conseguido y hay un aliciente de saber que intento estudiarme cada sesión de escritura, siempre que puedo. Intento analizarme, aprender, avanzar así que si aparece un nuevo pensamiento limitante sería capaz de verlo con un poco más de antelación y ponerle solución antes de que se enquiste y me paralice.
O al menos esa es mi intención. Porque parte de mi trabajo como escritora no se limita al puñado de palabras más o menos diario, también es esto.