Lo que intento escribir me parece carente de sentido, soso e insulso.
Comienzo una y otra vez un párrafo, lo borro, lo reintento, vuelvo a borrar. Todo va girando en torno a temas diferentes, pero que se me antojan iguales y en mi cabeza semejan una constelación de ideas que no llevan a ninguna parte. Todos son importantes para mí, de una forma u otra, tanto como para querer escribir de ellos, pero ninguno consigo desarrollarlo lo suficiente como para explicar esa importancia.
Las ideas se mezclan unas con otras. Los temas, también. Salen otros que se le acercan, mi cuaderno rebosa de temas, pero de los tres párrafos no paso. Y entonces me doy cuenta de lo que realmente me pasa: vivo en pleno periodo entre proyectos.
Me reconozco en el momento en que en lo que pienso es en la última corrección, en lo que quiero reescribir y pulir mientras el libro va tomando forma. Y lo va haciendo de manera natural, orgánica: el momento en que el orden cobra sentido, en que sobre la mesa se extienden las tarjetas y en los esquemas va tomando todo su estructura más o menos definitiva es cuando compruebo que todo surge de forma espontánea. Que se encaja como un puzle. Que cada pieza solo podía tener un sitio, solo uno.
Mañana tras mañana he ido corrigiendo, pluma en mano. Mañana tras mañana, con el café a las seis y media de la mañana, antes de irme a trabajar, con la mente recién despertada. Un día tras otro hasta conseguir terminar esta primera revisión extensa y completa de todo el material que tenía.
Siento, aún así, que queda mucho por pulir y esta versión que tengo, aunque parezca que pueda ser más o menos estable, requiere un proceso de maduración propio. Necesito algo más de tiempo para poder acercarme con más perspectiva, con una pluma cargada de otra vista y poder pulir más, aún más. Mi nivel de exigencia todavía no está conforme, a pesar de que la alegría de corregir aún perdura.
Este tira y afloja con mis palabras, este ritmo, quiero creer que es justo lo que necesita el texto. Estas paradas. Este tiempo en barbecho. Este sentirme entre proyectos, sin lanzarme a ninguno, sin decidirme. Quedan los últimos días del año, días que espero sean especiales junto a los míos. Me dedicaré a cargarme las pilas y a anotar todo lo que se me ocurra de cara a mejorar lo presente. Y a partir del 2 de enero, estrenando la lista de propósitos, me plantearé realmente por dónde seguir: reescritura de lo presente (una capa más a la cebolla) o comenzar un nuevo proyecto. Por el momento no tengo nada claro.
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