«Lánzate. Empieza a escribir. El qué, lo que sea. Rompe la página en blanco en pedazos.»
Y una mañana más me lanzo a la página en blanco, segura, tranquila y confiada en que lo que hago me proporciona paz. Quizás más de una mañana no suponga avance seguro, la página en blanco sea poco más que un lugar donde verterme sin que me importe nada más para despejar la mente. Pero otras mañanas me sumerjo en la hoja en cuestión que toque tras haber repasado lo escrito previamente, tras haber leído, tras saber que el camino de ese día será continuar lo ya comenzado previamente.
Cada mañana, sin falta, frente al cuaderno. Cultivando con esmero un puñado de palabras tras otro en un formato que no es un diario ni es un relato. Es un ente formado de recortes de lo que va surgiendo en cada momento: versos que puede que encuentren su sentido o no, textos inacabados, puntos desde los que comenzar una entrada, reflexiones, ideas que a saber a qué puerto me llevarán, estudio de las posibilidades de lo que tenga entre manos, descarte de ideas tras la reflexión, algún desahogo puntual, anotaciones sobre lo que ande leyendo en esos momentos e, incluso, trozos de papeles con notas escritas en un arrebato o flores disecadas. Todo cabe, todo puede ser contenido en estas páginas.
Y así, un cuaderno tras otro, un día tras otro. Creatividad sobre papel. Cuestionamiento continuo. Crecimiento que solo se percibe visto en perspectiva. Ganas de escribir cada día un poquito mejor que el día anterior. Experimentos y pruebas, el mejor campo para el ensayo y error, para saber si el trazo que pretendo hacer con el proyecto que tenga entre manos va a llegar un paso más allá y va a ser el adecuado o toca volver hacia atrás y recalcular.
No es solo un cuaderno o el simple ejercicio de acercarse a una hoja en blanco cada día. Es algo más, va más allá. Y cuando toca releer lo ya escrito para rescatar material para nuevos experimentos y nuevos proyectos es cuando me doy cuenta que todo está ahí incluso cuando todavía no tenía ni claro de qué estaba hablando o si lo que estaba pensando iría hacia algún destino. Y esa sensación, la de que todo tiene sentido y estaba claro desde un principio, visto en perspectiva, es impagable. Una delicia que me demuestra que, cuaderno tras cuaderno, esto no es un ejercicio en balde: es un camino para el experimento y la prueba sin limitaciones y sin pensamientos intrusivos de hacia dónde me dirijo o qué pretendo conseguir. El único lugar en que la Impostora no tiene poder sobre mí, todo es válido y el tiempo colocará cada línea en su correspondiente sitio.
Y así un cuaderno tras otro. Y van ya veinte.
Una de las cosas que suelo hacer gracias a ti es lo de llevar un cuaderno siempre conmigo. ¿Qué mejor herramienta? Me falta, sin embargo, dejarme llevar más por la página en blanco y romperla en pedazos, como pones al principio, jajaja, pero todo llegará.
Me alegro de que ya vayan veinte cuadernos y espero que solo sean los veinte primeros de una larga lista más que está por llegar y de cuyas páginas salgan hermosos libros de tu puño y letra. ❤️
Un abrazo,
Valkyria Kára
Es cuestión de práctica. Al principio, los primeros cuadernos, me costaba mucho. He tenido altibajos, momentos de escribir muy poco en ellos. El hecho de tenerlos ahí hace mucho, por poco que escribas ya tienen su utilidad.
Un abrazo.