El mundo literario está transitado por diversos caminos, a cual más variado que el anterior. La mayoría de ellos discurren por el paraguas genérico de la narrativa y ya cada uno dentro de su nicho escribe lo que le apetece (romántica, ciencia ficción, fantasía, histórica, negra…). Salirse de los caminos más transitados, los de la narración, para adentrarse en los márgenes supone un ejercicio muy arriesgado muchas veces. Solitario en muchos aspectos, también.
Pero los que vivimos caminando por esos márgenes somos felices escribiendo lo que escribimos.
La cosa se complica cuando te apetece ampliar conocimientos y no encuentras nada que se ajuste a lo que escribes. La inmensa mayoría de consejos literarios o de libros de escritura que encuentro se centran en la escritura de la novela o relato y en todo lo que rodea a eso: creación de personajes, los arcos en los que se divide la estructura, el manejo del conflicto… Ahí es cuando toca tirar de imaginación en muchos casos y adaptar lo poco que me sirve para lo que suelo escribir (las rutinas de escritura, los consejos más genéricos).
Después, no sé cómo me las apaño, pero me termino relacionando más con escritores que escriben otros géneros (sobre todo ciencia ficción y fantasía, sin ser yo una lectora empedernida de esos géneros siquiera) que con los que escriben poesía. Termino haciendo piña con los primeros, a algunos los considero amigos muy cercanos, pero está claro que a la hora de compartir el proceso de escritura no es lo mismo. Pero al igual que a veces ellos no me pueden ayudar cuando dudo con ciertos versos a mí me cuesta más ayudarles cuando tienen dudas con ciertos problemas de sus novelas, es así.
Lo importante es que el apoyo que nos damos es recíproco, y por eso la amistad va por delante de las letras.
Por cierto, sobre los lectores beta tan famosos: ¿os cuesta encontrar uno? Imaginad por un momento si, además, lo que escribes no es un tipo de literatura que tus amigos escritores suelan leer. Encontrar alguien que vea más allá de lo que tú estás harta de leer una y otra vez para sacarle punta se convierte casi en una misión imposible.
Los poemas, por cierto, tienen su ritmo. No se les puede forzar para que salgan. Lo tengo más que comprobado. Como mucho, puedo trabajar en prosa, en mis cuadernos, sobre ideas para que vaya facilitando a mi mente el hecho de hilar e hilar hasta dar con un puñado de versos sobre los que comenzar a escribir de verdad y poder trabajarlos. Pero forzarlos para mí es condena segura al fondo del cajón. ¿Cómo aplicar, entonces, tantos y tantos consejos de escritura diaria, de escribir ciertas cantidades, de planificación? Lo único que me ha funcionado hasta la fecha es eso, el cuaderno como campo de experimentación para luego pasar, ya sí o sí, al poema. Pero a la inversa, imposible.
Y aún a pesar de las cosas que me complican a veces escribir poesía, a pesar de no ser para todos, de ser una escritura y una lectura tan de nicho, tan de márgenes… La elegiría una y mil veces. Es el género en el que me siento más cómoda y feliz escribiendo, a pesar de todo. Que no es lo único que escribo, pero sí lo que más me llena a día de hoy.