A veces la frontera entre la corrección del manuscrito y su reescritura se encuentra un poco difusa.
¿Cuándo se termina de escribir realmente un manuscrito? ¿Cuándo es su punto y final definitivo? Cuando quiero darme cuenta es la enésima vuelta que le doy al mismo texto, buscando ya lo imposible. Refinar y tratar de destilar al máximo la esencia de lo escrito. Buscando lo indecible para que quede todo lo más perfecto posible.
Lo único que he dejado al azar hasta ahora es cuando he escrito el grueso del proyecto. Cuando he dejado que mi brújula me guíe y vaya trazando letra a letra lo que compone el texto. Lo que se ha quedado por el camino y lo que sigue. Capa a capa ha ido creciendo. Pero siempre teniendo en cuenta ciertas premisas, no a lo loco. Y conforme han ido creciendo esas capas más claro he ido teniendo el contenido, lo que debe entrar y lo que no, lo que debe ser escrito.
Me reconozco cuadriculada, intentando encajar al máximo todo. De ahí mi obsesión con esta corrección, porque siento que todo se puede exprimir siempre un poco más. Que se puede extraer aún más de lo escrito. Y ahí entra la reescritura, como herramienta para tratar de sacar aún más partido a ideas más primitivas o a ideas no lo suficientemente desarrolladas. Ahí entra también la reestructuración, las anotaciones, el añadir y quitar, el mover de acá para allá, el replanteamiento de todo.
¿Dónde queda, entonces, la frontera entre la corrección y la reescritura? ¿Por qué se me asemejan en estos momentos tanto esos dos conceptos que parecen sinónimos frente a la hoja en blanco manchada de palabras?
Lo único que sé es que mi mente está ya a otras cosas, a otros proyectos. Y eso solo puede significar que esta vez es la última que corrijo lo mismo. A partir de ahora toca que la suerte haga su trabajo mientras yo me arropo de paciencia y sigo escribiendo. Solo que, esta vez, pasando página e inaugurando una nueva hoja en blanco cargada de promesas.