Cambios. Un viaje rápido a Málaga. Un cuaderno cargado de anotaciones como resultado de todo esto.
Una visita malagueña
Hoy me detengo ante una imagen que captura mi esencia durante esta semana. Bajo las gafas de sol, salpicada por la espuma, estuve a centímetros escasos de esas olas rompiendo. Busqué con la cámara detener los segundos justo cuando choca el agua con todo el ímpetu contra la estructura del antiguo balneario, salta por los aires y empapa todo lo que tiene alrededor.
Creo que los minutos se detuvieron entonces, cuando entré en el recinto, quedé junto a las cintas de seguridad que cerraban el paso y vi cómo reparaban los daños del temporal. A pesar de que ya no tenía el mar la misma fuerza, seguía entrando de forma rítmica, se seguía inundando la terraza. Todo estaba destrozado y a mis pies poca arena de la antigua playa quedaba, la justa que solo ves cuando se retira el agua para volver a golpear de nuevo.
Cuánto tiempo allí, hipnotizada, no lo sé. Cuánto tiempo después, frente a El Morlaco, salpicándome aún más, ni idea. Entre los dos sé que pasaron las horas y se me fue la mañana. Hice montones de fotos hasta que conseguí capturar lo que quería. Y paseé por una parte de Málaga que echaba de menos, a la que hacía demasiado tiempo que no me acercaba.
Las anotaciones
Al final, entre los que vi y los que no, con quiénes quedé, los lugares a los que fui y los libros que he leído en los trayectos vengo con el cuaderno cargado de anotaciones.
Desde la entrada de la semana pasada hasta ahora han pasado tantas cosas que parece que ha sido un periodo de tiempo más largo, no siete días. Me ha dado tiempo en este periodo a: asimilar cambios; escribir un poema a mis URPeras (que ya iba tocando); ver la inauguración de la Fira del Llibre en Valencia (y traerme a casa La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich); indignarme porque no hubiese ni un triste puesto de libros en Málaga (¿A quién se le ocurre montar la feria del libro en junio? Que me lo explique); devorar Voces de Chernóbil por segunda vez (y empaparme del horror aún más que la primera vez); y escribir, escribir mucho, tomar nota sin parar.
Al final, cuando más bloqueada me veo, más insegura, sucede algo. Una chispa, un fogonazo. Puede ser de lo más sutil o un cambio como los que he tenido esta semana. Le uno al cóctel todos los kilómetros que he hecho estos días, lo visto, la música que me ha acompañado (del Antisocial de Anthrax al Slania’s song de Eluveitie) y en total he estado más creativa que en el resto del mes anterior.
Ahora es cuando me toca recoger los frutos de todo eso, rehacer el horario y empezar a trabajar con lo que tengo para pulirlo hasta conseguir contar exactamente lo que quiero.