Qué tienen los domingos que se ha convertido, con el paso del tiempo, en el día literario por excelencia, no lo sé. Más cuando ni siquiera siempre es un día libre, en muchos casos es día de trabajo, remate de fin de semana de guardia. Y aún así, sigue siendo domingo de escritura, antes o después de turno. Siempre, libre o trabaje, con hambre de letras intensa.
Y llega la tarde del domingo, en cualquier caso. Y aparece el artículo ajeno que mágicamente hace clic con todo, endereza la semana y da sentido a cuanto haya sucedido en los días anteriores. Incluso cuando todavía no tengo nada entre manos, cuando me siento entre proyectos y no he elegido de forma oficial (internamente sí, internamente lo tengo claro desde el minuto uno aunque me lo siga negado a mí misma). El cuerpo se activa y busca ansioso, muerto de sed, el papel donde enderezar todo, donde contener las palabras que algún día significarán un nuevo proyecto, un nuevo libro.
Porque todo esto no es más que una excusa para tratar de ordenar la mente, de cualquier forma. Solo es una forma más de intentar de pensar en todo y nada a la vez, de tratar de poner por escrito lo que el resto de la semana voy esquivando porque estoy pendiente a otras cosas.
Creo que por eso es tan intensa el hambre de letras de los domingos. Es por eso por lo que los domingos de escritura cada vez los asumo con más y más ganas, con una suerte de sed y hambre intensas, como si el resto de la semana de escritura no hubiese sido suficiente y todas mis dudas y preguntas se agolparan buscando una respuesta.
Y es por eso que llega el domingo y la entrada de la semana sirve de catalizador de todo esto. Y esta semana, además de para gestionar esta intensa sed creativa, me está sirviendo para recordarme, una vez más, que ese proyecto que tantos ojitos lleva poniéndome desde hace tiempo quizás va tocando empezar a asumirlo como el próximo. Quizás el vértigo sea lo que me frene, el no saber si seré capaz de escribirlo o si me iré por las ramas y me perderé, si se me quedará grande o está hecho a mi medida. Es demasiado pronto todavía. Pero este hambre de letras me puede, este hambre de lecturas me arrasa y en mi mente parece que ya he pasado página con lo anterior, con Silencio, y si lo pienso, me obsesiono con lo mismo continuamente.
Hambre, hambre intensa. Hambre de letras, de palabras. Ideas que van cogiendo peso y reclamando atención. Días de barbecho que parece que se acaban. Va a ser un largo camino el del próximo libro, no lo dudo ni por medio segundo. Pero mientras dure este hambre de letras, de palabras, pienso seguir alimentándola.
Por lo pronto, aunque siga sin estar cien por cien segura de si este es el camino o no, la música va marcando el ritmo. Ya veremos el resultado de todo esto.