Me agota leer consejos por todas partes enfocados a escribir novela. Aprecio el esfuerzo que supone escribirlos, aprecio que estén ahí para quien necesite leerlos, entiendo su función perfectamente, pero a estas alturas me suenan a hueco. En mi caso es que llevo demasiados años leyendo mil consejos así.
No son el género que escribo, y encima no encuentro nada semejante para la poesía. Nada.
Me remueve el alma cada vez que encuentro otra lista de consejos así y no encuentro nada para la poesía, así que voy a hacer una entrada de lo que me funciona para escribirla. Es mi lista de imprescindibles, pero no quiere decir que le sirva a todo el mundo. ¿Qué pretendo, entonces? Reflexionar sobre lo que realmente necesito para crear poemas, a modo de introducción al mundillo de los consejos de escritura.
No sé escribir sin… lecturas
No puedo empezar a hablar de escritura si no hablo de lectura. Libros, libros, muchos libros. Variados. Tan importante es leer poesía para interiorizar temas como el ritmo, las metáforas o la evocación a través de la palabra como leer otro tipo de libros. Cuanta más amplia la ventana, más se va a enriquecer el poema.
Y claro que se puede documentar el poema. Puede que surjan los primeros versos a raíz de una lectura, de una serie de notas o de otro libro que no tiene nada que ver. La documentación no irá a lo mismo que a la novela, pero todo lo que se lea sobre el tema que sea enriquecerá la escritura. Y se nota, claro que se nota.
¿Se puede improvisar un poema sin leer? Por supuesto, pero cuantas más lecturas a cuestas más temas vendrán a la mente para poder escribir. La poesía es un género tan libre que va a agradecer cualquier tipo de pasión de la que hayas leído previamente, seguro que a partir de ello podrá surgir algún tema nuevo. O algún enfoque. Anotar mientras lees aumenta también la posibilidad de que uses algo en el futuro poema.
Parafraseando a Arguiñano: con la lectura enriqueces el poema. Dale alimento variado, surtido.
No sé escribir sin… música
Ah, la música. No es que necesite físicamente la música de fondo para escribir sí o sí, de hecho muchas veces escribo en la calle o improviso a oscuras con el móvil en la cama. No forma parte de mi vida de ese modo.
Sé bien que lo mío con el poema es puro oído, pero necesito sentir que un ritmo palpita en los versos. Que hay algo por ahí de fondo que es lo que hace que se lea de corrido y tenga un sentido. Escuchar música me ayuda con el ritmo. Voy por rachas, a veces escucho música más rápida y otra más lenta, pero en cualquier caso me apasiona descubrir canciones, dejarlas de fondo mientras pienso, tenerlas interiorizadas hasta el punto que podría tararearlas de principio a fin, perderme en los riffs de guitarra o golpes de bajo, en la batería que hace cierto redoble, en las letras y lo que cuentan.
Interiorizar todo eso con algunas canciones me ayuda a escribir. Siento cuando el poema cojea con el ritmo, siento cuando el poema va acelerado, va lento. Siento la rima que sale suelta o la musicalidad de los versos. Me entrena el oído como no he encontrado otra forma de hacerlo.
No sé escribir sin… movimiento y observación
Soy una flâneuse en toda regla. Para recargarme las pilas necesito movimiento y observación.
Aunque el sitio en el que me mueva sea viejo conocido, necesito el paseo para pensar. Moverme, caminar, dejar posar la vista en todas partes y en ninguna. Observar el mundo a mi alrededor con la curiosidad de quien está explorando algo desconocido, por más visto que esté. Siempre termino encontrando algún detalle apenas apreciable, algo. Incluso si el caminar lo hago con el carrito de la peque, yendo a cualquier sitio que nada tiene que ver con el paseo, soy experta en fijarme en detalles y encontrarlos.
Observar el mundo me ayuda a inspirarme. Moverme me ayuda a pensar. Cuando ambas facetas se sincronizan el paseo se vuelve lo más productivo del mundo y vuelvo a casa cargada de ideas para escribir.
Que la inspiración te encuentre trabajando, sí, pero parte del trabajo también es pensar lo que se va a escribir y esta es mi manera de pensar el futuro poema.
No sé escribir sin… pequeños rituales
Muchísimos escritores tienen rituales o rutinas para escribir. Normalmente se suele comentar los de los novelistas porque, por motivos obvios, son los que trascienden. Pero como poeta necesito escribir y pensar mucho en papel, escarbar en mis palabras, alimentarlas, contemplar todos los puntos de vista posible en mi cuaderno para poder arrancar el poema y escribirlo.
Estos son mis tres rituales de escritura favoritos. Y sí, en todos ellos no solo he escrito prosa, también he escrito poemas.
Despacho y velita al lado
Suele ser mi ritual de los domingos por la tarde, cuando no trabajo y me conecto a la sesión habitual con mis comadres de _micorriza_. Enciendo la vela que tenga en ese momento en mi despacho (ahora es una de Rituals que me regalaron y huele maravillosamente), me siento en el escritorio y a escribir.
Normalmente cuando hago este ritual suelo hacerlo en el PC, ya sea para escribir la entrada y la newsletter de la semana, pasar a limpio poemas o corregir los que tenga. Da igual que me ponga música o no, me centro en lo que tenga entre manos y hasta que acabe estoy concentrada. Se me pasan los minutos volando así.
Por cierto, como he comentado muchas veces por aquí, el programa que uso para escribir mi poesía en el PC es Scrivener. Me ayuda mucho con la disposición de los poemas, el orden que darles y la interfaz para mí es cómoda.
Madrugón a las seis de la mañana
Es mi rutina más habitual, la de los días antes de trabajar. Madrugo, me visto y preparo para el trabajo, preparo el desayuno y en los siguientes veinte o treinta minutos, según el día, me dedico a escribir a mano en el cuaderno con alguna de mis plumas.
En esos veinte minutos, quizás los únicos que tenga en todo el día libres de cansancio, es cuando salen cosas más que interesantes. He escrito poemas que luego han acabado formando parte de mi futuro libro. He escrito futuras entradas que terminan viendo la luz a final de la semana, cuando las paso a limpio en el PC. He ideado alguna que otra cosa para próximos libros. He reflexionado sobre lecturas (y gracias a ello han surgido días después poemas o textos).
Es mi laboratorio de experimentación y creación por excelencia.
Como poeta abogo al cien por cien por escribir a diario. No siempre saldrán poemas, pero siempre habrá algún juego de palabras, alguna idea latiendo por ahí. Ponerla por escrito, jugar con ella, atreverse a usarla y no dejarla «para más adelante» es lo que termina sacando adelante los versos.
Café tras el paseo
Si el paseo lo permite, si la inspiración golpea, a veces toca hacer una pausa rápida para un café.
Confieso que más de un poema y más de dos, después de una larga caminata (sin auriculares, siempre sin auriculares), después de un buen rato de observación, han surgido. Es el momento de dejarse volcar en el papel de la forma más pura. Ya habrá momento de corregir más adelante.
Lo veo casi como una extensión de mi faceta de flâneuse.
Pero también entiendo que para que el poema salga flotando en el papel, tan alegremente, después de un paseo, han tenido que pasar momentos de lectura previa. Que esa lectura haya macerado poco a poco por dentro. Que la observación la haya traído a flote. Que la música, de forma inconsciente, le haya dado cierto ritmo a mi paso. Que las palabras previamente escritas en el cuaderno en otras ocasiones hayan servido como molde. Solo así se explica esa explosión «espontánea» de versos tras el paseo.
Y por eso no sé escribir sin todas esas cosas. Son pequeños ingredientes necesarios para mi poesía.