A veces las historias pueden ser lineales, circulares, cíclicas o, como en mi caso, una espiral por la que voy pasando continuamente de un punto a otro, avanzando pero dando vueltas sobre el mismo punto.
En esas estaba estos días atrás, en teclear para el NaNo. Como ya he repetido más de una vez, este año no había planificado nada y me había apuntado al reto sin pensar demasiado en ello, por el único placer de escribir cuando llevaba ya bastante tiempo sin hacerlo de forma más o menos seria. Como mi idea era simplemente hacer lluvia de ideas a ver qué salía no me preocupaba demasiado qué iba a pasar, como si abandonaba al segundo día.
La realidad es otra. Este dos mil diecinueve, este año de escritura, es mi año de planificación de historias. Estas sesiones de lluvia de ideas que comento las estoy usando para cada uno de los puntos que quisiera tratar en el próximo proyecto que escriba: localización, tema, enfoque, etc. Me he sorprendido a mí misma pensando en una vieja historia, la misma que lleva acompañándome diez años, y no se si es que no consigo pasar página o es que siento que puedo escribir mejor que lo que he intentado hacer hasta la fecha, pero aquí estoy, pensando en qué podría hacer con esa idea.
Tengo otras, no es lo único en lo que reflexiono. Los poemas que han surgido por ahí también tienen su hueco y su derecho a que les haga caso. No sé por donde me llevarán, pero hay que intentarlo y trabajar en y con ellos. Algún texto corto también ha salido, aunque suelto y sin demasiado sentido. Pero es la magia de esto de dejarse llevar cada día por lo que apetezca escribir, que al final surgen cosas nuevas y todo es válido.
Exactamente para esto quería el NaNo. No quería encorsetarme con una historia que ni siquiera tenía tiempo de planificar para frustrarme a las pocas palabras escritas. Quería sentir la libertad de abrir el procesador de textos (Scrivener en mi caso), dejarme llevar en mi rato de escritura por lo que se me ocurriera y ya con eso iré trabajando el resto del año tranquilamente.
Quería, también, sentirme de nuevo la escritora que sé que soy, la que no he dejado de ser a pesar de estar durante meses sin apenas escribir porque el bloqueo me ha durado bastante. Ver que puedo, que llevo encadenando ya once días sin esfuerzo, que encima estoy haciendo uno de los mejores NaNos hasta la fecha (si no el mejor, tendré que verlo cuando termine, pero el ritmo es alto). Todo eso hace que me sienta mucho mejor con mi escritura de lo que me he sentido en todo lo que llevo de año, la verdad. Si soy capaz de continuar, y creo que sí lo seré (me veo capaz, motivada y con fuerzas), podré sentirme bastante realizada. Con más ganas de ponerme metas, sin duda.
Y en esta locura de tecleo, mezcla de ideas, documentos llenos de todo y en apariencia de nada, es cuando esta historia que llevo tanto tiempo arrastrando ha brillado para quedarse. No sé en qué momento exacto estamos ahora hablando, sé que es otra vuelta más a la espiral, que parto del mismo punto pero con la experiencia de las vueltas anteriores. Si será la definitiva, en la que consiga sacar esa historia de dentro por fin, no lo sé, pero es lo que intento.
Porque, ¿qué se hace si no con las ideas que nos persiguen a lo largo de los años y no nos abandonan?
Están siendo sesiones de escritura de fondo, de la que se queda en un cajón al finalizar y solo se rescatan fragmentos, partes que tamizar para luego crear sobre ellas. Pero esta escritura casi mecánica, de relleno quizás, cargada de pensamientos e ideas, está siendo liberadora. Son sesiones que no sé cómo van a empezar ni cómo van a acabar, solo sé que seguro que de cada una de ellas podré extraer algo para un futuro. Por mínimo que sea. Por eso son fructíferas.
Y en eso consiste mi NaNoRebel de este año: en escribir para buscarme, para encontrarme y para pensar sobre el papel. Sin más.