Un poco al hilo de la penúltima entrada que subí por aquí, sobre ser cada vez mejor, y también al hilo de una serie de conversaciones con mi mejor amigo vino a mí la idea de hablar sobre el tema de la entrada de esta semana.
No solo sirve «lo que salga»
Hay proyectos literarios que, por su propia naturaleza, son espontáneos. Van saliendo conforme se van ocurriendo, con más o menos planificación, y no precisan mucho más que eso, sentarse a escribir y que vaya surgiendo sobre la marcha.
Pero hay otros que, por su complejidad, por el tema que tratan o por el motivo que sea precisan algo más que el mero dejarse llevar. Necesitan una fase de documentación previa para que lo que se escriba al final tenga coherencia. Una serie de lecturas, de películas, una búsqueda detrás que sustente como un armazón lo que se va a ir escribiendo posteriormente.
Para que salga precisa, primero, nutrición
Viene la idea. Gusta, atrapa, pide ser escrita. Y es en ese mismo instante en que empiezo a darle importancia a lo que quiero contar cuando me doy cuenta de la importancia que cobra a partir de este momento nutrir esas ideas con lecturas previas.
En realidad, creo que daría igual qué es lo que quiero escribir ahora mismo. Sin lecturas, sin aprendizaje y reflexión de la forma de escribir de otros dudo bastante que pueda haber evolución. Incluso volver la vista atrás sobre lo ya creado por una misma es necesario de cuando en cuando para calibrar el punto exacto en el que me encuentro, del que parto y del que puedo evolucionar.
Son precisos nuevos puntos de vista, nuevas palabras, nuevas historias para aprender a ver más allá, para atrapar las ideas y tratar de hacer esa mejora continua. Sin esa nutrición, hecha de manera consciente, buscando exprimir al máximo cada lectura que se haga, poco se puede hacer en cuanto a creatividad. Somos lo que leemos como escritores. Somos el material que asumimos para partir de ahí, somos de lo que nos nutrimos para seguir escribiendo.
La documentación en sí
Distingo, por supuesto, la lectura que se hace por placer y sin buscar nada más, de la lectura que busca algo más de la que se hace, por supuesto, para la documentación en sí.
En este último caso ya no se busca la nutrición como tal, aprendizaje de estructuras, expresiones y formas de ver el arte de la escritura. Aquí se va más a lo concreto, a la información como tal, a los elementos necesarios para armar el puzle que luego será el texto para que todo tenga coherencia.
Y si considero que la documentación es importante, por supuesto, para que tenga sentido lo que se escribe y como se escribe, le doy la misma y exacta importancia al hecho de la nutrición literaria más allá: lecturas relacionadas, experiencias que puedan mejorar la comprensión, puntos de vista que puedan añadir más capas al texto. Todo suma al final.
Si al escribir nuestra mayor herramienta es la palabra como tal hay que manejarla, con entrenamiento y aprendizaje. Sabiendo lo que se hace y tratando de hacer la tarea cada día mejor que el día anterior, como insiste en su blog Isaac Belmar.
El punto exacto actual
Una semana de descanso y unas conversaciones con mi amigo después vengo con las pilas cargadas y dispuesta a seguir escribiendo. El punto exacto en el que me encuentro, como le comentaba mientras tomábamos algo, es que ahora mismo el cuerpo me pide que nutra mis letras. Más allá de las ideas que tengo, que no están todavía muy definidas del todo, lo que necesito es ir leyendo una serie de lecturas que considero que son necesarias para lo que quiero escribir más adelante.
Y ya no es solo que quiera documentar según qué cosas, que también, es que me apetece leer algunos libros y artículos para captar sensaciones que quiero plasmar, para poder expandir horizontes y puntos de vista. Y si al final las ideas que tengo para escribir no surgen o se tornan débiles y quebradizas que al menos no sea por falta de nutrición, que sea por otros motivos.