Un domingo más, comienza la sesión de escritura más importante de la semana. La que sirve como recopilatorio del resto de días e inspiración para los siguientes.
Silencio en mitad de la tarde. He conseguido mi rato semanal de escritura, ese momento sagrado en el que sé que tengo por delante hora y media asegurada, pase lo que pase. Una hoja en blanco y un bolígrafo verde presiden la mesa ante el portátil. Bocetos y más bocetos, todos conceptos unidos con flechas. Algunos tachados, otros subrayados. Scrivener es un chivato, mientras, en la pantalla: el cursor no deja de parpadear en la nueva página en blanco. En otros archivos, en otras carpetas, los textos están ya trabajados: subrayados, eliminados y pulidos.
No para de crecer el documento. Cuando lo abro, cuando paso tiempo alejada y me pregunto si realmente estoy trabajando en esto, si realmente estoy avanzando. Si el silencio en el que me guardo y me quedo, como si no existieran las palabras, me pregunto si es por comodidad o porque no tengo nada que contar. Me quedo callada, a la espera, mirando de nuevo la pantalla. Técnicamente aún no he escrito. Técnicamente no he hecho nada, no tengo nada a lo que agarrarme, nada tangible, nada a lo que llamar de forma importante texto. Y sin embargo, cuando la Impostora está en su punto más álgido mirándome, sacando el látigo para azotarme, mirando de reojo la agenda para ver cuándo fue la última vez que me prometí a mí misma seguir hablando de este proyecto lo veo.
Veo la carpeta del borrador. Veo todo lo que tengo apuntado, lo que escribí en su día recopilando información que me interesa (valga o no, eso ya se verá). Veo la lista de la bibliografía y veo cómo poco a poco voy leyendo. Lenta, a mi ritmo, segura de lo que voy absorbiendo por el camino. Veo la carpeta de la documentación que sigue creciendo, con lo subrayado y anotado durante la lectura. Veo que este proyecto, aunque todavía no esté escrito, aunque sea un libro en el limbo de la creación desde hace tantísimos años, con sus vaivenes, sigue estando vivo, palpitante y con ganas de ser escrito.
Sigo sin saber qué saldrá de aquí exactamente, pero tan ilusionada como el primer día cuando, un domingo de escritura más, abro Scrivener, abro el documento y compruebo ese crecimiento sutil, lento, casi imperceptible.
Esa es la esencia de la escritura. Y yo no tengo ninguna prisa en estos momentos, más allá de seguir con mano firme y paso seguro.