Reconectar con la palabra y destilarla lo más pura posible está siendo la gran misión de este verano.
Volver a escribir poesía, aunque sea de manera breve y fragmentada. Volver a la idea original que supone pensar y vivir en verso, en la palabra más destilada de todas. Volver a palpitar en la escritura. La echaba de menos.
Echaba de menos encontrarme y volver, de todas las formas que se me ocurren. Incluso cuando las condiciones no son las mejores y todo se empeña en que reme a contracorriente. Encontrarme sin divagaciones, como si todo lo escrito hasta ahora solo fuese una forma de desaguarme para llegar al fondo, a la parte más sensible. Tratar de llegar más allá cada día, tratar de hacerlo incluso cuando más difícil me ha parecido y más complicado ha sido encontrar el hueco sé que es lo que me ha traído hasta el momento presente.
Y sé que todavía estoy lejos de escribir lo que realmente quiero plasmar. Que esto solo es el comienzo.
Pero ojos ajenos han leído algo. Y siento que romper esa barrera, junto con la barrera de sacarlo y exponerlo en papel, es lo que me va a impulsar en los próximos días.
Es de lo poco que puedo hacer a mano en este momento. Eso, encontrarme, y seguirme buscando en palabras destiladas. Leer para nutrirme y tomar notas. Habitar la mente para poder exprimirme mejor y, por supuesto, no dejarlas solo en el refugio seguro, trasladarlas lo más fielmente posible al cuaderno, inseparable aliado. Solo ahí puedo verificar si lo que pretendo escribir merece la pena.
Pero volver, ser capaz de volver a escribir poesía… Eso tiene un sabor especial. Y lo echaba muchísimo de menos.