Ama tus tibiezas y ama tus intensidades porque de ellas mana la luz y por ellas brotan la vida y la voz.
¿Cuántas vueltas se le pueden dar a lo mismo? ¿Cuántas preguntas se pueden lanzar hacia un texto terminado sin que la indiferencia y el no poder afinar más respondan? ¿Cómo se puede pretender mejorar si el tiempo aún no ha transcurrido de modo suficiente, si la vida aún no ha marcado como para ir un paso más allá, si las lecturas no han tenido calma para reposar y posarse?
¿Cuántas veces se puede volver a lo mismo? Lanzarle las mismas preguntas una y otra vez, tratar de ir más allá sin conseguir nada. No pulir, no poder pulir, no conseguir notar las aristas pues la carne ya se ha hecho a la textura que está plasmada y no saber ver más allá. Quizás es que ni sea el momento ni tenga el nivel para ello. Quizás porque lo que tengo entre manos es lo suficiente maduro como para poder pensar que tenía que ser así, tal y como lo escribí, no de otra forma.
El pensamiento de saber que el libro que escribí, corregí y trabajé durante tanto tiempo salió justo como tenía que salir, como debía ser, al menos me aporta la calma de saber que no tiene algo malo de por sí. De que el texto está trabajado, que ha sido algo en lo que me he esforzado y que, quizás, el problema esté en otra parte. Aún no sé bien dónde, pero ver que funciona me aporta más calma.
Y ahora qué. Y ahora dónde dirijo las preguntas. El diálogo con el texto ha sido profundo, rico, lleno de matices. He tenido oportunidad de pensar en todo lo que lo compone hasta llegar a esa conclusión de producto terminado. Quedará, quizás, que ojos profesionales posen su mirada en este libro y concreten algo más.
Queda, sin duda, seguir peleando por una oportunidad. Darle esa posibilidad de transformarse en algo tangible y de acceso sencillo a otros lectores. Cruzo los dedos. Ya no solo por esa oportunidad, también a ver si esta vez tengo algo más de suerte que con el libro anterior.