Escribir de forma compulsiva porque las palabras, si no, se enquistan.
Hacer pausa. Volver a ellas, volver a leer. Encontrarte con el pasado en el presente.
Caminar. Caminar hasta dejarte los pies pegados al asfalto, pero no parar. Hasta que de pronto, convertida en turista en tu propia tierra, te encuentras. Y te entiendes.
Surge la magia. Buscas silencio. Buscas procesar qué es lo que estás viendo.
Otras tantas veces ya te encontraste en esa imagen que te ha acompañado desde entonces. O en esa otra, más reciente, que te impulsó a volver a escribir.
Por más que las fotografíes en realidad buscas contenerla. Quizás plasmarla, quizás guardarla. Preguntarte qué significa ahora, en el momento actual, en tu presente. Qué harías con ella y su significado. Qué harías contigo y tus lazos a esas imágenes, lo que te une a ellas y, de alguna manera, ata y enlaza con tu trayectoria vital.
Dejas pasar el tiempo y que se asienten. Nunca es indolente, siempre deja poso. Todo pasa por alguna razón y el tiempo y las imágenes se mezclan. Se repiten como una constante. Empiezas a buscar conexiones, especialmente en el momento en que la imagen toma tal relevancia que parece ser una constante en el día a día.
Te levantas pensando en ella.
Vas a trabajar visualizándola.
Te persigue y aparece cuando menos te lo esperas.
Intentas alejarte de ella, pero viene tan clara a ti como lo hicieron otras tantas antes que ella.
Buscas, entonces, el momento de inmortalizarla, hacerla foto, condensarla. La ves clara en la mente, como si la tuvieras delante, y sabes exactamente qué es lo que quieres fotografiar, cómo, cuándo y dónde.
La fotografías, por supuesto, buscando contenerla y, de paso, poder trabajarla. Que deje de ser una obsesión y se convierta en algo más manejable.
Estás perdida, perdida.
Ahora aflora ante ti la imagen que te montaste, la que guardaste y la que fotografiaste. Las tres a la vez, las tres mezcladas, las tres por separado.
Y, además, como recuerdo de algo que todavía no has escrito, pero que sabes que lo harás, dos flores de jacaranda pegadas al cuaderno. Exactamente en el día en que la imagen vino a ti para quedarse y escribirse.