Están siendo días extraños.
Echar de menos se ha convertido ya en un ruido de fondo que a ratos acude con más claridad a la mente. Pero no siempre. A veces ese ruido es atronador y retumba por dentro, hace temblar todo, hasta los cimientos. A veces es el aplauso de las ocho de la tarde el desencadenante del terremoto.
He intentado buscar palabras a lo largo y ancho de mis páginas. No doy con ellas. El ruido me las va robando poco a poco con su cadencia, subiendo y bajando el volumen. Agradezco cada momento en que esa intensidad se suaviza y es ruido de fondo, algo sutil, algo que puedo manejar. Lo agradezco infinitamente porque son los únicos momentos en los que realmente soy capaz de dejarme fluir en un papel, acudo al cuaderno y escribo algo. Es cuando también puedo leer con un mínimo de interés.
Esos días lo hago de forma automática, soltando todo lo que tengo dentro, quedándome por unos instantes libre de todo peso que pudiera cargar. La sensación de flotar por unos instantes, de haberme liberado, es tan intensa cuando puedo condensar en palabras lo que pienso o siento es todo un soplo de aire fresco.
Pero abundan los días de ruido más o menos alto, de zumbido molesto, de momentos exentos de concentración para lo creativo. Días en los que los libros que tengo pendientes me miran sin comprender nada. Días en los que el cuaderno ni lo toco, ni siquiera para cambiarlo de sitio. En esos días me he construido una rutina de estudio, de esquemas, de vicio a videojuegos o ver películas. Nada creativo ni por asomo porque no soy capaz de hacer nada. Si quisiese intentarlo me pasaría las horas mirando la pantalla en blanco, esperando mientras el cursor parpadea a que mi mente se aclare y pueda intentar poner palabras a lo que me visita cada noche cuando cierro los ojos. Pero no soy capaz.
El ruido, el maldito ruido. Tan fuerte, tan intenso a ratos. Tan agotador.
Espero, a ratos, que se marchite aunque sea para poder poner voz a lo que me ronda, a lo que sé que tengo que escribir porque tengo que sacarlo. Pero en parte entiendo el ruido: es mi mente pidiendo socorro, pidiendo rutina, algo a lo que agarrarse para poder dormir una noche más. Para no pasarme las noches despertándome cada hora u hora y media. La única forma que sabe que, quizás, no es momento de escribir a pesar de todo. No en caliente. No en estas condiciones.
Porque sé que cuando el ruido se apague del todo y se cierre el telón, quedaremos el papel, la pluma y yo mirándonos. Porque ese es un pacto tácito entre nosotros, esto hay que sacarlo de dentro como sea. Ahí no habrá nada capaz de contener el torrente que se va a verter en las páginas que escriba. No va a ser fácil. Ni sencillo. Va a sangrar, se va a retorcer por el camino, será complicado de sacar. Va a doler.
Duele ya, de hecho, en forma de ruido.