De cuando la pantalla devuelve el reflejo como un espejo.
Pasar del negro al blanco. Al cursor parpadeante. A la inestimable ayuda del café al lado a primer ahora de la mañana.
Pasar del cuaderno a la pantalla. A la revisión. Pasar de no tener claro nada, absolutamente nada, a que una planta bien formada, cada vez más frondosa, esté creciendo entre mis páginas. Y yo sin darme cuenta.
Pasar de no saber nada, de no entender nada, de sentir que no escribo, que hace tiempo que no creo, que no me sienta creativa a que la realidad me devuelva la vista y me conteste, contundente: aquí tienes un borrador que ha ido creciendo. Aquí tienes un puñado de páginas tras otro que, el día que imprimiste lo último, ni siquiera lo habías añadido. Aquí tienes un libro que sigue gestándose, que aún es tímido y está lleno de dudas, lleno de aristas, que le queda tiempo para crecer del todo y convertirse en un ser hermoso. Pero sigue siendo tu criatura, nacida de tus esfuerzos y tu tinta, así que aquí tienes.
Blando, blandito, tierno. Recién salido del horno. Lo contemplo. No consigo creer que sea cierto.
Pasar de la admiración a la emoción en escasos segundos. A la incredulidad. ¿Esta soy yo? ¿Este libro me contiene? ¿O más bien contiene lo que he sido capaz de ver, lo que he intentado transmitir? ¿Este libro que acuno en mis brazos y me devuelve la mirada ha sido capaz de ser escrito distanciándome, con precisión, con claridad? ¿He sido capaz de crecer lo suficiente como para que este libro nazca? Sigo siendo incredulidad.
Pasar de un cuaderno a otro. Pasar de una línea a la siguiente. Ver el trabajo de horas, de meses, de momentos tan distantes como diferentes. Ver el paso del tiempo, los intentos, las palabras que se quedaron por el camino porque no eran lo que buscaban. Las voces que no llegaron a la pantalla. Las que sí y ahí se quedaron, junto al cursor que avanza verso a verso, buscando la siguiente idea a plasmar. No ser muy consciente de si esto es versión provisional o definitiva, de si he terminado de plasmar lo que quería o quedan aún márgenes por cubrir.
Pasar de la certeza a la duda. Lanzar preguntas. Que el manuscrito, pantalla blanca que sigue parpadeando, me las devuelva con otras nuevas y alguna que otra respuesta. Y la belleza, oh, la belleza, abriéndose paso. De alguna manera. Como una hierba salvaje que crece. Como un rayo de sol que se cuela entre las nubes. Respira magia el poema. Respira calma la palabra. Atraviesa.
Pasar que la pantalla se transforme en espejo. Descubrir mi propio reflejo. Descubrir en la palabra más de mí de lo que sintiera en un primer momento. Y, a la vez, que la palabra se haya convertido en un nuevo espejo. Que me devuelva otra imagen, otro reflejo. Que siga su curso de los acontecimientos.