Pero, ¿qué es lo que voy a escribir? ¿De verdad lo tengo claro?
Cuando pienso en lo que quiero escribir me viene a la mente lecturas. Lecturas y más lecturas que se me acumulan, que voy alternando con otras que hago porque, simplemente, me apetecen. Libros y artículos, textos que encuentro por internet, más libros. Todo para intentar documentarme para algo que sé que quiero escribir y cada vez que me siento al cuaderno me cuestiono. Leer con el cuaderno abierto, tomando notas, pensando en cómo trasladar lo aprendido al futuro texto.
Y mientras el texto, en el limbo del futuro, sin rumbo ni intención. Una semilla sometida al vaivén de las dudas y de los textos ajenos, siendo un ente silencioso que va siendo regado poco a poco por todo y que calla, a la espera. Silencio total, oclusivo y absoluto. No se rompe por nada, no se resquebraja su superficie por más que arañe y muerda, por más que lo intente, por más que investigue. Núcleo central de la escritura a capas, yace en el fondo siendo alimentada por todo lo que voy consumiendo en mi ocio y, en apariencia, impermeable a todo.
Pero sé que todo es fachada. Que se está empapando de todo lo que le está cayendo y lo que no, de todo lo que voy usando como alimento para que crezca. Que los PDF que me paso al Kindle para leer y subrayar con calma, que las notas que he transcrito y van engordando los cuadernos son piezas para el futuro. Que cada cierto tiempo todo esto se asienta y que, de pronto, una mañana en una salida no planificada todo confluye bajo la tinta y empieza a tener sentido. Que solo por esa mañana, o por cualquiera de las que vengan después ya habrá merecido la pena el tiempo de espera, de silencio, de lectura y anotaciones.
De todas formas, ¿de qué me extraño? Ya sabía que esto sería un largo camino a recorrer, lleno de dudas y que no sería un libro fácil de escribir. Es como si tuviese que dejar atrás todo lo que he escrito hasta ahora, crecer un poco más y luego, ya sí, enfrentarme a la página en blanco para que me reciba gustosa. Así, y solo así. Con la intención pura de intentar hacerlo mejor que antes y que lo que se escriba suene fresco. Que el nuevo proyecto no nazca muerto de antemano.
Hacer crecer un libro no es solo escribirlo. En mi caso, incluye más escritura mental y más mapas sobre todas las opciones para poder ir tejiendo capa a capa, formar la cebolla completa. Y cada día que pasa siento que, en mi mente, apenas he arañado la superficie como para poder confirmar si de verdad puedo empezar con la siguiente. Lanzarme al papel a lo loco no es una opción. Queda el recogimiento. La espera. Seguir nutriendo, seguir esperando, seguir tomando notas mientras el libro crece a su ritmo. Sin forzarlo.