Comienza, un domingo más, la sesión de escritura online organizada por Eva Gallud. Nos saludamos, como siempre, y entonces apagamos las cámaras y se hace la magia. Todo lo anotado a lo largo de la semana se traslada del papel al portátil mientras suena, de fondo, una playlist de las que uso para estos momentos de concentración sin interrupciones.
Es cuando fluye la magia. Se condensan las palabras de toda la semana, las ideas se agolpan y parecen buscar su momento para ser transcritas. Ahora, justo ahora. Ni más pronto ni más tarde, como si esta reunión fuese el catalizador necesario para que todo crezca. Las sesiones se hacen, así, parte de la rutina de escritura de domingo. En una temporada en la que me siento más reflexiva que otra cosa, se agradece.
En estos días en que tampoco parece suceder nada ocurre todo. Día tras día el papel se carga con notas, apuntes rápidos que parece que no llevan a ninguna parte. Imágenes se acumulan también en el carrete de la cámara. Es el verano de la introspección y la calma, el verano de dejar que el tiempo corra despacio, de leer, de dejar crecer todo e inspirarme en el camino.
Y me siento muy bien porque así sea. Porque este verano parezca transcurrir a otro ritmo, diferente al que estoy acostumbrada. A que el día fuerte de escritura siga siendo el domingo, sí, pero que la tarea diaria se concentre en algo más ligero, en hacerme preguntas, en leer y anotar sensaciones. Es como volver a encontrarme después de mucho tiempo acelerada.
Las palabras, al final, terminan encontrando su camino poco a poco así que no las presiono. Y si tardan más en salir a flote no tengo prisa. Ninguna. Prefiero la calma, lo bien cocinado y bien hecho, sin prisas. Prefiero estar más pendiente a estos momentos en que estoy más de vacaciones mentales que otra cosa. Y qué falta me hacía, qué necesario. Cuánto tiempo sin sentir esta tranquilidad de que todo sigue su ritmo, se cuece a fuego lento.
Desaparezco a ratos. A ratos estoy a otras cosas. Me evado, me retiro, me alejo. Me dedico a cultivar otros hobbies, otros intereses. La escritura sigue ahí, siempre estará, porque el rato diario de acercarme al cuaderno no hay nadie que me lo quite. Sin él no sería yo. Pero voy a otro ritmo más pausado. Recorro caminos que no esperaba. Trazo nuevas rutas. Me dejo perder. Me quedo en silencio, reflexionando. Y vuelvo a empezar, un domingo más, frente a la pantalla mientras la semana se agolpa en las páginas escritas, una trayectoria que cada día se traza más nítida.
En mitad de este silencio aparente es donde sucede todo. En las sombras es donde se cuece. En las páginas que no ven la luz es donde existe la vida. Y ella siempre se abre paso, sea como sea. Incluso desde la introspección.