Hay libros que se resisten.
Vueltas y vueltas. Inseguridad. Retorno al punto de partida. Captar su esencia y condensarla en palabras se antoja complicado en cada avance. A pesar de los intentos se siente que la versión escrita no es la definitiva. Todavía no. Le falta algo más, aunque en ese momento no se sepa bien qué es.
Corrección tras corrección van aumentando las capas y la complejidad. Me siento más cerca de la meta, pero sigue sin ser un manuscrito definitivo. Le sigue faltando algo. Se sigue resistiendo.
Me queda solo la opción de la paciencia. Dejar que el tiempo espese y convierta lo actual en otra capa más, integrada. Dejar así que se abra camino poco a poco , conforme se va asentando lo antiguo, la nueva versión que está por venir. Trabajarla desde la calma que da saber que es el camino correcto.
Tiempo, eso que suele ser visto como algo negativo, como una pega porque parece que el reposo es algo asociado al olvido. Tiempo, eso es lo que realmente hace crecer la palabra. Lo que consigue que maduren las imágenes, que se sustituyan las antiguas que ya no significan nada por las nuevas que ahora sí que son esenciales. Tiempo, lo que construye estructuras y consigue que se encuentren sentidos que permanecían ocultos.
Tiempo para un nuevo acercamiento y la eterna pregunta, flotando en el ambiente: ¿será esta la última versión del libro?
¿Cuántas versiones y revisiones son suficientes para terminar un manuscrito?