Una postal de un paseo.
Pedacitos de azulejos unidos en una fachada. La fachada más emblemática del barrio, punto de paso hacia la plaza, hacia la librería.
En otra esquina, más cerca de la iglesia, otro mosaico, esta vez de mesas y cabezas, brazos que acercan café a los labios o una tostada mientras el murmullo de conversaciones los rodea. Un aire todavía fresco, todavía la brisa no trae el verano a cuestas.
Ojalá en esta sombra tuviese el edificio del trencadís delante. No sé qué tiene que me hipnotiza y tengo que pasar siempre por delante. No me quejo del todo, desde mi posición las vistas invitan a la calma. Sé que es un espejismo por la hora temprana, al igual que sé que en Fallas nade mira esa otra fachada. Pero quiero recrearme en la hora temprana, en las vistas, en la calma. En lo que me despierta por dentro mientras voy meciendo el carrito. En cómo absorbo con los ojos esta postal, tratando de inmortalizar todos sus detalles para siempre en la memoria y así poder evocarla.
Hay otros muchos lugares a los que accedo y por los que transcurre nuestro paseo. El tiempo nos invita a ello y caminamos. Observamos. La ruta va variando según el día y las ganas, el momento en que salgamos de casa y el sol nos queme o si ese día toca ir a algún sitio o no.
Hay calles que son fijas y van, con los paseos y experiencias, llenándose de significados y recuerdos. Por aquí hemos venido con mis padres, por aquí paseo con mi hija. Por aquí es importante pasar, sí o sí.
Y, por supuesto, en una dirección u otra, admirar el trencadís del edificio de la calle Murta esquina con Mistral. No nos puede faltar.