¿Qué me depararán tus páginas en blanco? ¿Qué traerán a mi vida? ¿Qué contendrán, qué poemas se esbozarán, qué ideas crecerán en tu interior?
¿Dónde me sentaré contigo? ¿Dónde te escribiré? Quizás sea en el balcón de casa, con un té recién hecho. O en las escaleras, oyendo a Pollito cantar hasta quedarse afónico. Puede que en la cama, a última hora del día, justo antes de dormir. ¿Y qué tal si es en alguno de nuestros sitios favoritos, esos donde el sentido de la «cita con el artista» (que diría Julia Cameron) se solidifica y adquiere sentido? ¿Esos donde el café es perfecto, las vistas inspiran y siento como todo fluye cuando voy a ellos?
O quizás escriba en ti en los trayectos, en el metro o en el AVE, en el bus o de camino a cualquier domicilio. Esto último seguramente sea más complicado ya que, en realidad, siempre acabo haciéndolo en hojas sueltas. He descubierto con el tiempo que llevar un cuaderno paralelo al principal, a ti ahora, es casi imposible. Que termino olvidándolo al fondo de la mochila, que lo ignoro y no le presto atención.
Tus páginas, sin embargo, me acompañarán en todo momento. ¿Cuánto tiempo? La escritura lo dirá, los días creativos lo decidirán. El tiempo que estés conmigo irás creciendo a mi lado.
No serán solo palabras. Serán recortes de papel con anotaciones (las famosas notas del taxi entre domicilio y domicilio que no acaben en el móvil). Serán flores, como las jacarandas (el año pasado una, de la Merced, este año otra, de Blasco Ibáñez). O quizás sean notas de cosas irrelevantes que quiera recordar en un futuro. Puede que te añada fotos, como la de Cobi en febrero.
Contengan lo que contengan tus hojas, serán reflejo del momento presente: la paz que últimamente me invade, las dudas que solo se posan en mi cabeza cuando estudio («¿Será suficiente?», «¿Lo conseguiré?»), las ganas de enlazar todo un mundo interno con lo que ansío escribir. Serás la meta y el inicio de cuanto teclee, pase a limpio, descarte o corrija. Serás la certeza de que el mejor consejo que me dieron, allá por 2009, era llevar encima un cuaderno. Y esto último no se lo agradezco lo suficiente a Elena, por cierto.
Serás mi mente transcrita, para lo bueno y para lo malo. Y estoy deseando saber qué me depararán tus páginas y qué escribiré en ti los próximos meses creativos.