Últimamente me está costando mucho sentarme a escribir en el ordenador. Lo más cómodo está siendo en estos días de calor volver al papel y la pluma o el bolígrafo, ya que al ser portátil puedo ponerme en cualquier parte y en cualquier momento. Se agradece sobre todo cuando pasas media hora diaria en el transporte público camino al trabajo o volviendo, pero también cuando en casa mueres de calor y el único sitio fresco implica incomodidad para teclear.
Pero no es algo negativo. Así están surgiendo más cosas que cuando me siento frente a mi ordenador. Creía que estos días, entre el trabajo, el calor y el EIR, estaba más que bloqueada, pero no. Lo único que necesitaba era volver al formato donde me salen las palabras con más facilidad: volver al papel, dejarme llevar en él.
El nacimiento de Proyecto Armonía.
Ya hablé antes, en un post reciente, sobre mis dificultades para empezar las historias, aunque se podría extender a cualquier tipo de proyecto, incluyendo poesía. Arranco despacio, escribo poco a poco, y hasta que no tengo un puñado de páginas o esté todo un poco más avanzado no consigo coger ritmo y avanzar a más velocidad. Soy así, qué le vamos a hacer.
Se me nota también que hace demasiado que no me pongo a escribir una historia y que llevo bastante centrada en la poesía, también. Por ello me atrae más como reto.
Lo que me ha sorprendido es que estos días que estoy recurriendo al cuaderno que siempre llevo encima cuando voy en el metro o en el autobús es cuando más estoy avanzando la historia, mucho más que cuando me digo de sentarme y escribirla en sí. Tengo mil notas sobre detalles o partes del primer capítulo ahí, por ejemplo, aunque también guardo algunas otras anotaciones para otras futuras partes de la historia. Fragmentos, diálogos, anotaciones sobre situaciones que ocurrirán… De verdad, está sorprendiéndome cómo es posible que ahí salga más y de forma más espontánea que en las sesiones de escritura en sí.
Está naciendo en papel, lentamente, esta historia que he ido posponiendo tanto tiempo. Aún así sigo notando que me cuesta sacarla, que todavía es pronto y lo que tengo es frágil, muy poca cosa. No puedo ni debo cantar victoria.
El nacimiento del poema.
Acabé en abril mi último poemario, justo hace cuatro meses. En todo este tiempo me he centrado en corregirlo y prepararlo para enviarlo a un concurso, como más de una vez he comentado por aquí. Desde entonces no he querido volver a escribir más poemas, he querido centrarme en el trabajo posterior de lo ya terminado y, por supuesto, en lo nuevo, en la nueva historia. Bastante tiempo la he tenido en mente y he ido dejando pasar los días sin teclearla.
Pero claro, una cosa son mis pretensiones y otra lo que es la realidad en sí. Si los versos empujan, salen y quedan plasmados en una página más del cuaderno no voy a negarlos. Aunque sean pocos, aunque ahora mismo no pretenda nada con ellos ni sepa si van a ir más allá o se quedarán en un puñado de poemas sueltos.
Hacia dónde me llevarán estos chispazos creativos, no lo sé aún, es demasiado pronto.
El nacimiento del libro.
Pero tener esos momentos de combustión literaria espontánea, de correr hacia el bolígrafo y el cuaderno, de soltar lo que me quema en los dedos y saber, cuando lo leo luego, que es posible que de ahí salga más, que es un boceto (de la historia, de futuros poemas, de otras ideas… de lo que sea) hace que valga la pena vivir con papel siempre a mano. Me hace sentir, de forma más palpable, que cualquier pausa que haga, los reinicios, el esfuerzo y el resultado obtenido merecen la pena, incluso cuando te quedas con textos a medias. Todo tiene un por qué, incluso de lo insulso y de lo olvidado puede surgir algo.
Hoy hablo de una historia que dejé tirada en dos mil doce porque entonces me venía grande. Aún me lo sigue pareciendo,el vértigo que me envuelve y tira de mí cada vez que me acerco a ella es inmenso. Pienso que lo mismo quiero abarcar demasiado a pesar de que mi historia no creo que sea demasiado complicada. A veces incluso me digo cosas peores porque no hay peor crítico que uno mismo cuando la autoexigencia empieza a pedir su turno y ración en la sesión de escritura.
Así es como luego llegan los bloqueos, sin duda. Así es como los vence iniciativas como el NaNoWriMo: céntrate en producir, ya habrá tiempo de corregir.
Hoy hablo también de todas esas ideas de futuras historias para las cuales aún no estoy preparada, que sé que las acabaré escribiendo aunque acaben en un cajón. Son tantas las cosas que me queman por dentro que llevo ya casi media vida fusionada al papel para transmitirlas. También hablo de lo que aún no sé que escribiré, lo que está por venir, lo que intuyo que será pero que aún no existe.
Hoy reivindico la figura del libro que nace por planificación, con el tiempo, poco a poco y despacio. Del que se escribe poro a poco en mi vida. Del que sé que llevo dentro y acabaré sacando en algún momento de mi existencia. Del que aparece de pronto, sin esperarlo, y se va escribiendo solo. El nacimiento del libro tiene la magia de lo inesperado: a veces sabes que está ahí, lo intuyes, y otras te explota en las manos dejando su rastro de tinta en cuantos folios toques. Y tengo la preciosa sensación de que, en estos momentos, hay uno que, como mínimo, lucha por abrirse paso a través de mis sentidos.
«Una mitad de mí
reposa en las estanterías
que cubren las paredes,
la otra se ha perdido
y tiro de memoria
y papel
para recuperarla.»
Sin duda, se nota que hay inspiración y magia fluyendo detrás de estas palabras, emoción y, por supuesto, mucho trabajo. Estoy segura de que Proyecto*Armonía llegará a buen puerto y que tu poemario dará sus frutos. Te lo mereces porque estás poniendo todo tu esfuerzo en ello. Sigue así. Da gusto leer palabras como las que plasmas aquí.
Cuesta bastante mantenerme creando, el trabajo y el estudio me están comiendo las energías, pero merecen también la pena. Los ratos del metro están sirviendo para soltar partes de la historia, poco a poco se va construyendo, así que no va mal.
Gracias por los ánimos y el comentario, nos leemos.