Los domingos son de escritura y son paraíso de la fragilidad, cuando se vuelca y manifiesta en todo su esplendor en un papel con la tinta azul borrosa por el tiempo.
Los domingos son para enfrentarse a un pasado no demasiado lejano, no demasiado doloroso, pero que se queda y se tiñe de nostalgia y amarra un nudo dentro que me dedico a tensar palabra por palabra, búsqueda por búsqueda, entre cada fecha. Son días para olvidar obligaciones semanales al ritmo de música nueva que voy descubriendo conforme las palabras pasadas se abren paso, las notas se van aclarando y los rumbos se trazan, nuevos algunos, otros con más recorrido.
Se han convertido en mi oasis semanal de obligaciones, en mi paraíso de desconexión. Aspiro cada segundo del día para sacarle un jugo que el resto de la semana me cuesta incluso encontrarlo. Aspiro a disfrutarlo al máximo como una suerte de día especial, de momento de conexión profunda con esa parte de mí que el resto de la semana apenas si le dedico atención, como mucho algunas notas sueltas.
Y es que los textos, la parte que aquí va saliendo, es solo una pequeña onda superficial que duerme al borde de todo lo que va surgiendo. Este es el día de la semana en que la dejo salir, en que la dejo expandirse y tomar posición en el papel, en el programa de escritura, en mi tiempo más allá del trabajo y el estudio intensivo. Este es el único día de la semana en que me reservo tiempo real, del auténtico, no unos segundos arañados a la rutina. Este es el único día en que retomo todo en el punto en el que lo dejé y me dedico a unir y dotar de sentido lo que durante la semana son apenas ideas esbozadas.
Los domingos son día de escritura. Días de poner al día el documento de Scrivener que almacena Proyecto Nostalgia. Días de teclear las entradas semanales, como esta, pero también de escribir la newsletter mensual. Porque si hay algo que ha traído esta cuarentena también ha sido el rescatar del olvido a esas Palabras que cuidan para devolverles la vida. Y este próximo 30, mañana, cuando envíe la próxima entrega, va con sorpresa. De algo tenía que servir estas tardes de escritura, de revisión y de rescatar material, no digo más.
Los domingos son para permitirse ser. Yo lo descubrí hace tiempo y desde entonces soy más feliz.
Y permitirse ser es también permitirse expresar, claro.
Un abrazo fuerte.
«Permitirse ser». Me encanta, es que no podrías definirlo mejor.