Los efectos colaterales del silencio todavía se pueden palpar. Y eso duele.
He manchado multitud de páginas a mi paso. Sigo haciéndolo, lo confieso, aunque a día de hoy me cuesta. Por cada párrafo que escribo, borro tres y empiezo de nuevo. Sin proyectos, más allá de un puñado de ideas que no llegan a ninguna parte porque de ahí nunca pasaron, porque no me he dedicado a estudiarlas y ver si son viables o callejones sin salida. Sin nada más allá de lo último que corregí, lo último que terminé, y hace tanto tiempo de eso que este silencio pesa como si hubiese pasado una vida desde entonces.
Solo ha pasado una mala etapa, una sucesión de malos momentos. Solo eso. Nada más. Pero ha sido suficiente para que ahora, que me estoy recuperando, consiga verbalizarlo y ponerlo por escrito. Y no está siendo hasta ahora, que por fin puedo hacer consciente el daño que me ha hecho tanto tiempo en tensión, que estoy consiguiendo escribir. Aunque ni por asomo a mis ritmos de siempre, siquiera de la forma que solía. No se parece en nada a lo que hacía y a lo que hago ahora.
Esto lo escribo con el pesar de quien echa de menos ese rato de rutina diaria, salvavidas a más no poder. De quien tiene las energías drenadas y lo único que intenta poco a poco es a que vayan creciendo, a que poco a poco salga de forma más espontánea el texto que guardo dentro. Que si bien ahora mismo no puedo llamarle proyecto ni puedo ponerle un nombre y apellidos, sí sé que se está gestando un texto. Sé que tengo una semilla plantada dentro, que será una cuestión de tiempo, paciencia, muchas letras, una poda intensiva luego y más horas de trabajo aún. Sé también que parte del pesar que guardo no es por «haberlo dejado» ni por escribir menos, es en parte porque el texto está ahí, desconocido todavía, en lo más profundo, luchando por salir adelante y que pueda conocerlo y escribirlo.
Mi pesar no es por la pausa. En otro orden de cosas, fue lo más racional, la única respuesta posible cuando lo único que gritaba mi mente saturada era cansancio y que le diese una tregua. Mi pesar es por eso que ha quedado, que parece un hijo de las cenizas, algo tan etéreo todavía: ojalá todo este tiempo lejos del papel, sin conseguir nada, sirva para que el día que retome mi ritmo normal sigan saliendo las letras como antes. Y que esta idea que todavía es algo tan pequeño que casi ni se puede nombrar sea algo tangible y digno de ser comentado.
Mientras tanto, esperaré al NaNo, a ver si entonces consigo encontrarme con ese lado creativo que, de momento, sigue en paradero desconocido.
Ese lado siempre vuelve, lo sabes, lo sé. Pero parece inevitable alarmarse por sus desapariciones temporales…
Mucho ánimo.
Gracias por los ánimos siempre, son muy de agradecer.