La calma que me dio hablar de lo que ando pensando, creando y maquinando se une a la calma mental que solo aparece cuando las buenas lecturas se encadenan y cuando las palabras ajenas aparecen para nutrir y calmar lo que no sabía que estaba hambriento e inquieto.
En la calma de la tarde de domingo, con la lavadora y los pájaros cantando de fondo, solo aparece el tecleo del portátil como testigo de todo. Se hila, poco a poco, la escritura. Pesco otra idea al vuelo: ¿servirá para lo que quiero tratar en un futuro, para el gran proyecto de escritura? Ni lo sé ahora ni lo sabré en unos días, pero lo anoto. Y lo hago crecer. Interrumpo el tecleo para pasar al cuaderno y fluir más libre, tinta sobre papel. Fluir de otra forma, de una en la que no voy tan automática, sino que voy pensando y escribiendo a la vez. Pensando y pensando.
Es una cosa increíble lo que pasa en el papel. Cómo se va escribiendo en mi cabeza, cobrando sentido y siento todo más sencillo de tal forma que pasar a la tinta es una cuestión de transcripción. A veces siento que con el teclado voy tan rápido que apenas entiendo lo que estoy escribiendo, necesito algo más de pausa para pensarme y poder así escribir lo que quiero exactamente.
Habrá tiempo en un futuro no demasiado lejano para examinar lo que tengo y ordenarlo, cuando ya haya acabado con los libros que me esperan. Habrá tiempo, entonces también, para recopilar todo lo que tengo de otros temas, todo lo que va creciendo como ramas paralelas al proyecto principal. Aunque todo y nada a la vez tenga sentido, cada uno en su compartimento va creciendo y haciéndose más fuerte, más potente.
El crecimiento no es algo lineal. Se nutre de tantas cosas que al final siento que se queda hambriento de palabras e ideas. Que lo que estoy leyendo no es suficiente, o que ando perdida. El silencio me abruma y me pierdo en él cuando, a veces, la Impostora se aproxima para ver qué es lo que estoy haciendo. Cuando eso pasa, cuando aparece entonces las palabras ajenas adecuadas que todo lo calman, todo lo reorientan, todo lo hacen crecer en la buena senda es cuando agradezco más ese estímulo diario de sentarme a plasmar todo: por si acaso, por si es el día, por si surge. Y que surja, que me pille tecleando, que me encuentre con una pluma en la mano dispuesta a avanzar aunque parezca que lo haga a trompicones.
Luego, con la vista atrás, en tres meses todo ha crecido más de lo que hubiese supuesto en un principio.
Y con esto la pausa, aunque no es pausa. Con esto la escritura de este domingo, un domingo más. Mientras el sol de media tarde se filtra por la ventana e incide, suave, sobre el teclado noto que todo lo leído y lo hilado se va retorciendo y mezclando. Hacia qué rumbo, no lo sé, pero todo al menos apunta a direcciones que voy conociendo poco a poco y me siguen señalando las lecturas que tengo pendiente en la estantería. Al menos no he errado recopilando bibliografía.