Gota a gota desarmo el cuaderno. Y el otro. Y el siguiente. Y la nota perdida. Y la que guardé en otra parte.
Gota a gota fluyen en mis manos, les voy dando forma, hago girar sus palabras entre mis dedos. Se hacen a la exacta medida de mis huellas. Exploro, hundo aún más las manos, hasta las muñecas, hasta empaparme. Gota a gota tornan al calor de mi piel. Todo sea para extraer el máximo jugo, el matiz más preciso, la imagen más clara.
Los descartes siguen teniendo sentido. Lo que queda hace tiempo que forma parte de la trama, que es algo imprescindible en la estructura hasta que se demuestre lo contrario. Y, de momento, lo que va ganando en la ecuación es lo que permanece. Lo que fluye. A lo que he dado vida en palabras.
En los últimos meses ha crecido. Qué grande está, cómo va evolucionando. Se ha quedado pequeño el archivo que lo contenía. Precisa crecer y expandirse, ir viendo que lo que era primitivo hoy ya tiene una forma más que aceptable. Una estructura. Un sentido.
Gota a gota, como suelen suceder estas cosas, se ha ido llenando la página. Gota a gota se ha ido escribiendo el libro. Gota a gota, día a día, poco a poco. Trabajo de hormiguita que, pacientemente, va cada sesión añadiendo algo más a la mezcla. Ahora un pellizquito de una lectura. Ahora una sensación. Ahora una vivencia.
Gota a gota, cada segundo que pasa, toma más cuerpo y más alma el libro.
Todavía es primitivo. Todavía precisa demasiadas correcciones para que pueda considerarlo terminado. Pero ahí está, en presente, existiendo y creciendo. Y yo, su creadora, su autora, las manos que revisan y cobijan sus versos, me siento orgullosa de lo escrito hasta ahora.
Un poema menos para terminar el libro.