Tengo un título. Lo tengo desde hace meses rondándome. Más o menos casi desde el principio del nacimiento del libro dentro de mí, cuando noté que empezaba a gestarse.
Y en realidad es gracias a ese título por el que tengo lo que tengo escrito hasta la fecha, aunque no sea demasiado.
Lo cuestiono continuamente. Le hago preguntas, encuentro respuestas, las rebato de seguido, encuentro nuevas cuestiones y vuelvo a empezar el ciclo. Entiendo que existe un cierto sentido que deba tener todo, considero que la lírica se enriquece con el ritmo y rumbo que intento dotar al libro, pero éste se retuerce y se sacude de todo intento de atraparlo.
Las preguntas que me hago sobre su contenido se deshacen y vuelvo a la casilla de salida.
De lo que se salva, de lo que va surgiendo por medio, he llegado a recopilar en noviembre gran parte. He compilado en enero el documento de Scrivener para trabajar lo que tenía y he podido aprovechar la pausa de la baja en la que sigo sumergida para la recuperación, sí, y para la corrección. Para darme cuenta de que lo que tengo, por escaso que sea, es el germen real del libro. Que no es solo una sensación ni algo abstracto que aspiro algún día a plasmar, es algo creciente y tangible.
Tengo un título que no sé si es el mejor resumen de lo que quiero escribir o es la mayor limitación del mensaje que quiero transmitir. No todo me vale, el perfeccionismo se adueña de mi pluma y de cada tres párrafos que invento tacho dos y cambio el tercero.
Pero a pesar de que sea una inconformista que aspiro a más, que siento que siempre puedo escribir un poco mejor, intentar dar lo mejor de mí y tratar siempre de hacerlo afinando más continente y contenido, lo que pasa la criba y permanece me define. Comparte el espíritu del título que aspiro que sea el definitivo. Confirma que realmente el título que tengo en ese momento entre manos, junto con todas esas respuestas y preguntas que me hice en su día, forman parte del mismo sentido que va latiendo desde el primer momento en que supe que llevaba un libro dentro que necesito ir sacando como pueda.
Quizás se me venga un poco grande este título y por eso sé que este nuevo libro crece despacio. Que saldrá lentamente, se expandirá con tiempo y calma, con mimo y paciencia. Pero nunca me he considerado una escritora especialmente rápida y la poesía requiere no sólo que fluya, también que repose para poder matizarla, pulirla y, por qué no, desbridarla.
No tengo prisa ni quiero tenerla. Solo aspiro a responder las preguntas que me genera el título. Ahí, ahí dentro es donde reposa el alma del libro y su ritmo. Solo de ahí puede surgir en forma de palabras.