«Un brote tierno,
inapreciable,
diminuto incluso
para los habituados
a las ramas desnudas
y a la búsqueda en la nada.»
La punzada de nostalgia apareció de pronto. Ni siquiera esperaba sentirla, no era algo que buscase o esperase. Un poco de navegación, algunas páginas abiertas y apareció ante mis ojos una línea de tantas. La única que me activó.
No importa realmente lo que ponía, es más bien la sensación que me generó.
Volví a escribir esa misma noche, como hacía tiempo que no lo hacía. Volví a hacerlo impulsada por esa punzada de nostalgia y el nudo que me apretó por dentro un rato antes, frente al ordenador. Me acerqué al cuaderno de nuevo, en una rutina que hacía demasiado que no tenía. Como si hubiese estado esperando una señal y me la hubiesen dado.
Empecé al día siguiente un libro. Si tuviera que calificarlo de alguna forma, ahora que todavía me queda todo por descubrir de él, diría que es intensamente bello. Traspasa y se queda dentro. Eran las siete y media de la mañana e iba camino al trabajo, la nostalgia así se había transformado en impulso y sed creativa que no se separa aún ahora de mi mente.
Hubo que calmarlo, claro, que reclamaba mi atención lo que mi amiga Isa del Coche Escoba llama «la vida muggle«: extracciones de sangre, avisos, consulta y reuniones iban a ocupar la agenda en las siguientes horas. Ni pensar en sacar un hueco para escribir nada, siquiera luego, entre apuntes.
Me he acordado vagamente de las frases de María Sánchez en su Twitter sobre el hecho del cansancio, de escribir cansada, de sacar tiempo para escribir y me he visto reflejada en mitad de esta presión en el pecho, de este nudo interno que puja por salir en forma de letras y nunca ve el momento.
En las noches me he encontrado de momento. Lo que no han conseguido mis diversos intentos por establecer una rutina lo ha hecho, de momento, estos hechos, estos nudos, estos impulsos. Anoto y tacho. Termino bocetos de material literario que en un futuro se me acumulará por todas partes para corregir. Utilizo el móvil de camino a mis avisos para apuntar sensaciones que luego, de noche, mi cuaderno reproduce en forma de textos.
Y ahora, justo ahora que tecleo esta entrada, el nudo vuelve a apretarse de nuevo y me pide que me calce los zapatos, coja la mochila, aparque la agenda durante un rato y me pasee. Toca seguir haciendo crecer esta sensación hasta que me invada por completo, hasta que sea más grande que yo, hasta que se expanda en todos los papeles que toque y hasta en la cura más esfacelada pueda ver, bisturí en mano.
Que soy algo más que la suma de mis partes enfermera y escritora. Que cuando suelte las pinzas tenga más claro que antes la siguiente línea, el siguiente esbozo. Y cuando termine todas mis horas clínicas me abalance sobre el papel para que no se me olvide ni una coma.
En realidad esta sensación no es nueva, es ya vieja conocida. Suele venir de la mano de algún nombre que poco a poco terminará siendo un proyecto e irá creciendo. Pero por el momento es todo muy abstracto, así que me dejo llevar, a ver dónde me impulsa todo esto.